“Mientras Asia construyó fábricas, Latinoamérica construyó centros comerciales”. Así afirma The Economist en su edición de 27 de junio pasado, al analizar el deterioro económico que sufre la región como consecuencia de la baja de los precios de las materias primas, que ha sido la fuente principal del crecimiento de estos países en la última década.
Y si esa afirmación es válida respecto de los países latinoamericanos, los es todavía más respecto a Ecuador. Ha sido notorio en estos ocho años y medio el desboque del consumismo alentado por el enorme gasto público combinado con el ambiente hostil para la inversión privada, cuyo resultado -simplificando el fenómeno– ha sido el virtual estancamiento del sector productivo al no haber nuevas inversiones importantes en la manufactura y la agricultura.
Pero, simultáneamente, han crecido como hongos los centros comerciales dedicados, en gran parte, a la venta de mercadería importada. Es decir, los enormes recursos que recibió el país, y por cierto también el Gobierno, con el petróleo bordeando los 100 dólares por barril, se esfumaron en la vorágine de importaciones, que no han podido controlar las salvaguardias, ni la subida de aranceles ni el impuesto a la salida de divisas (ISD).
El cuento del “cambio de la matriz productiva”, mientras se sigue ahuyentando a la iniciativa privada con proyectos de ley populistas que tratan de reconquistar los antiguos adherentes de izquierda radical y se mantiene el discurso hostil al empresario, se quedará solamente en eso: un cuento.