En agosto de 1989, los berlineses derrumbaron un oprobioso muro que los dividió por 28 años.
Luego de la división de Alemania, la ciudad de Berlín fue el escenario más notorio de aquello.
Por un lado, la Alemania Oriental gobernada por comunistas que desde 1949 no facilitaban y casi impedían la salida de la gente que quedó confinada al oriente.
Y por el otro lado, Alemania Occidental liderada por gobiernos que llamaban constantemente a la reunificación luego de la rendición de Alemania.
El muro fue construido para ‘proteger’ a la gente que durante largos años fue adoctrinada con la ideología comunista, que no podía -bajo ningún concepto- ser cuestionada ni
contaminada por la otra ideología, que propugnaba la libertad individual.
Ese tipo de muro mental debía ser resguardado por un muro de piedra y ladrillo, como si las ideas pudieran encementarse. Y los ciudadanos del occidente berlinés comprobaron que no es así.
A pico y pala derrumbaron un sector del muro y, lo más importante, iniciaron el derrumbe de una ideología desquiciante y lograron la esperada reunificación. Sí, hay que derrumbar los muros.