El nuevo escenario de la ciudad de Quito obliga a una seria reflexión sobre su futuro. El nuevo aeropuerto, el parque en el terreno vacante del que ya no lo es, el metro para Quito, las plataformas gubernamentales. Todos ellos marcan el punto de partida hacia otra ciudad; pero, ¿qué ciudad queremos? Está claro que trasciende la gestión de un solo gobierno local y se debe mirar más allá de los réditos inmediatos y conveniencias particulares.
No debe extenderse más y hay que apostar a la mayor densificación y alturas de las edificaciones. Pero no basta en limitarse a cambiar el número de pisos. Hay que pensar en el conjunto, en lo que está a su lado. El paisaje urbano se construye desde las partes (edificaciones y espacio público) respetando el entorno, para lograr un conjunto armónico. La obstrucción al paisaje, asoleamiento y el efecto nocivo a la salud de los habitantes provocado por los nuevos proyectos inmobiliarios, es preocupante. No contribuye a la “inclusión social” ni al “derecho a la ciudad”, cuando se perjudica a terceros. La ciudad es un hecho colectivo, no una suma de individualidades.
Queremos una urbe concentrada que comparta los espacios públicos y contribuya a la buena vecindad, pero que honre el lugar ya edificado y a su gente que allí habita. Todos tenemos derecho a disfrutar de nuestra ciudad y del paisaje único que posee.