Eran una especie de fantasmas inventados por los viejos para espantar a los guaguas. Siempre los imaginamos oscuros y pérfidos, hasta hoy que los apreciamos verdes pero divididos en buenos y malos: los primeros son tan buenos, que no se van de la una mitad de la Shyris y toda la Plaza Grande, por ‘vigilar’ la Constitución que manoseada y todo tiene que durar 300 años, vale decir 15 generaciones.
Los segundos, aunque malos y flacos, nos sirven para comprar las papas y los cuadernos, y no se conformaron con reproducirse en las máquinas caseras ocupando la mano de obra nacional, prefiriendo hacerlo lejos, en el ‘imperio’.
Y ese es el principal ‘pique’: ¿Por qué siendo tan habilísimos y expertos en meter las manos en todo, no nos dejan fabricarlos aquí mismo honrando con ello el cambio de la matriz productiva? No se entiende.
Lo cierto es que los flacos malos apodados dólares, en las últimas semanas son culpables de todo (a alguien hay que culpar), pero nosotros que preferimos un malo conocido que cien buenos por conocer, nos quedamos nomás con ellos. Lo contrario, sería una hecatombe. Así sea.