¿Quién es Charlie?

Es más que Charlie Hebdo. No es alguien y somos todos. Todos quienes damos la más alta prioridad a pensar, hablar, escribir, expresar.
Charlie es ahora, desde el nefasto atentado de París, el símbolo universal de la posibilidad de expresión, de denuncia, de ejercicio que definen al ciudadano de una República.
Pero Charlie también es la evidencia de que el humor no es de todos ni para todos. Es el fino y talentoso camino que toma la verdad para hacerse oír por quienes estén dispuestos. Al punto de verdad hay que añadir una especial sensibilidad por ella y la conjugación con agudeza y oportunidad.
Cuando del otro lado, lector o auditor, tienen otros valores que defienden creencias, absolutismos, fundamentalismos, deidades, soberanías o narcisismos, se anuncian conflictos que pueden ser de muerte.
Cabut, Wolinski, Charbonier, Verlhac, no son sino rostros actuales de Charlie, abatidos en el desencuentro sangriento del humor con la intolerancia en su expresión extrema. Los Charlie caídos nos advierten sobre el riesgo y costos de la intolerancia. De la invalidez de cualquier propuesta educativa, o sus reformas, si los valores de quien los propulsa se declaran soberanos. Es el riesgo y destino de una tal posición que nace obturada y que, al hacer del otro diferente un tonto, una amenaza o un peligro, instala la paranoia.
Tenemos, entonces, elementos para identificar quién es y quién no es Charlie.

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