Absorta contempla la sociedad la pobreza espiritual de sus miembros, la carencia absoluta de lo que se conocía como principios y valores humanos.
La ética y la moral ya no conviven en medio del diario trajinar de su gente, se ha extinguido aquello que alumbraba las acciones morales del hombre.
Cada día se pierde más la capacidad para discernir el bien del mal. Se apagó el faro que iluminaba el sendero recto de la vida.
Dios dejó al hombre un tesoro de sabiduría genialmente plasmado en el Decálogo que entregó en manos de Moisés, el cual más tarde fue resumido por Jesucristo en dos sencillas reglas: amar a Dios con todo nuestro ser y al prójimo con sinceridad. Estas profundas verdades han dejado de ser lámparas a los pies de los que caminan por los senderos terrenales.
El hurto, la mentira, la codicia, la lujuria y el desamor se han apoderado de las almas de sus adeptos, conduciéndolos directamente al umbral de las tinieblas.
Vivimos en una sociedad errática y confundida, orientada tan sólo a buscar la pronta satisfacción de los apetitos más primitivos del ser humano y nos hemos olvidado de los tesoros espirituales que yacen en lo profundo del corazón humano.