No hay socialismo bueno. El socialismo es malo por sí mismo, dado que intenta planificar la vida y la propiedad de la gente desde arriba, desde las oficinas burocráticas de un pseudo predestinado, de un ‘ingeniero social’, con ínfulas de semidiós.
El socialismo hace caso omiso de los mecanismos de generación espontánea del conocimiento.
Ninguna institución social surgió por decreto gubernamental: ni la familia ni la propiedad ni el lenguaje ni la banca ni el comercio ni las leyes ni el dinero, ni la invención de objetos. Todo ello es fruto de la acción coordinada de millones de mentes creativas en pos del progreso.
Ningún país estatista o socialista es desarrollado y es falaz el ejemplo del socialismo ‘progresista’, como el de los países nórdicos por ejemplo. Hay que decir aquí que ellos fueron prósperos, antes de poner en vigor políticas sociales redistributivas. Lo fueron, con economía libre, no intervenida por el Estado.
Existe una confusión generalizada respecto al liberalismo, al que lo hemos asociado con conservadurismo, es decir, capitalismo de Estado, o ‘neoliberalismo’ y eso es ‘no liberalismo’.
El capitalismo bueno es “libre mercado, el capitalismo malo es “intervencionista-estatal”.
Basta revisar con criterio académico, objetivo e imparcial, el índice de Libertad Económica (publicado por The Heritage Foundation), para caer en cuenta que a mayor libertad dada a los creadores de riqueza (trabajadores y empresarios), mayor progreso.
El Estado debe separarse de la Economía, por las mismas razones y los mismos motivos, por los que admitimos la separación entre la Iglesia y el Estado.