El espíritu de la Navidad ha sucumbido ante las fauces de ese monstruo llamado consumismo, además este nos ha arrebatado el tiempo libre, la libertad y nuestra interioridad.
Paradójicamente, la reafirmación de las diferencias sociales y económicas existentes es más notoria en esta época del año; arboles colosales iluminados, compras compulsivas de regalos, comer copiosamente en ostentosas cenas, son tres de los símbolos inequívocos navideños, a los cuales asistimos arrobados y atraídos por el bullicio, el colorido y el tumulto. ¿Están estas conductas del ser humano inspiradas en un acontecimiento de profundo valor religioso, como es el nacimiento de Jesús? ¿Habrá forma de que una metamorfosis se geste en nuestro interior, como instrumento revulsivo que nos permita rescatar de las garras del consumismo este comportamiento, y traducirlo en acciones más elevadas que no estén articuladas al mismo; como la frugalidad, la generosidad, la reflexión y la meditación? ¿Por qué las doctrinas, se deforman una vez que salen de los templos religiosos, para transformarse en una quimera? Recuerdo en mi natal Nanegal, pueblo enclavado en lo más profundo del noroccidente de Quito, cuando niño, el agasajo de Navidad de la escuela era un sencillo carro de plástico y una bolsa de caramelos, estos se terminaban al día siguiente, pero el espíritu de la Navidad perduraba por mucho tiempo, condensado en el alma de aquel juguete, porque era mi único regalo.