Cabizbajo y meditabundo deambula con la esperanza de conseguir tan sólo uno del millón de empleos que le ofrecen. Se muerde los labios porque hablar no puede, a riesgo de ir tras los barrotes. Han encarcelado a su cirujano favorito, el Dr. López, por estar donde no debía haber estado y por hacer lo que hizo, mientras que han condecorado con dorada presea a una señora argentina encausada en mil procesos judiciales.
Poco confía en la venda que cubre los ojos de la justicia, que a más de ciega ha demostrado ser sorda, muda y paralítica. Ella ejerce en el Ecuador sus últimos días laborables, antes de jubilarse por invalidez. No sabe si el IESS resistirá sin la plata que le deben porque están borrando de un plumazo todo lo que le adeudan y no le pagan. Sabe que mañana le tocará pagar a él lo que otros gastaron a manos llenas.
Desconsolado y enfermo camina por las calles, con una fuerte jaqueca al recordar al Sr. Assange, un cólico miserere por Petroecuador, unos vómitos por aquello de Odebrecht y un enorme hueco en el bolsillo por una crisis económica, que algunos aseguran, es tan sólo producto de su imaginación.