Los funcionarios, incluidos los poderes de control, hacen un silencio escandaloso. Callan de forma unánime. No dicen nada que no esté en sus líneas. Son “actores políticos” que no se salen del libreto. Hablan con frases de cajón repetitivas para salir del paso. Blindan con palabrería su hermético sigilo. Es una coreográfica colusión de omisiones. Lo llaman el “reloj suizo” por su bien sincronizada maquinaria de discreción. Su misión es acallar “al disimulo” las protestas contra el dispendio del fondo de estabilización petrolera. Pocos integran el coro de silencio por convicción, muchos por conveniencia. “Esta boca no es mía” es el lema sobre sus labios sellados. Son beneficiarios de un régimen de complicidad clientelar. ¿Es mala educación hablar con la boca llena? El proyecto forajido depende de un coro de silenciosos y silenciados.