No solo los pacientes con cáncer son los que sufren, igual o quizá más sufren sus parientes. Ver a un hijo o a un hermano postrado en una cama y que los doctores digan que simplemente varios años de tratamiento no dieron resultado, así que lleve nomás su “paquete” a que termine de morir en la casa, es destrozante. Mientras uno sale de la habitación muy apenado y pensativo, una madrona detrás de un mostrador se limita a gritar en tono mandatorio, ¡ya no es hora de visita! O cuando uno quiere ir a ver a su familiar y ya están otros familiares dentro de la habitación el mismo tono seco y amargado grita ¡cuántos familiares que ya están!, mientras que no está fuera de su conocimiento que el paciente ya no tiene esperanza y solo está esperando su última hora. Qué mejor que muchos, o todos los familiares estén acompañándole sus últimos momentos.
Para qué tanto maquillaje, si el mejor adorno de un hombre o una mujer es una sonrisa en su rostro. Qué tranquilidad que al ingreso a este fatídico lugar, al menos le respondan el saludo, pero no, los guardias de ingreso están ocupados en la novela como para voltear la cara y responder; claro que, cuando están con ánimo de controlar el tránsito de personas ahí sí tal como cuando un perro va entrando a una cocina, exclaman “hey hey ¿a dónde?”, ¿a dónde más va a ser que o a visitar a un familiar o a pedir ayuda a un médico?
De nada sirve tanto título, de nada tanto uniforme, hace falta un poco de humanidad en las personas y en particular en personas que trabajan en sitios como estos a los que la gente nunca quisiera ir, pero lamentablemente deben ir en busca de ayuda y así pagar sus salarios.
En honor a la verdad hay que mencionar que no toda la gente que labora allí es de esta calaña, hay los muy humanos y en particular son los más humildes.