¿Existe capacidad más grande y propia del hombre que la de razonar? Indudablemente, no. Por qué razón, entonces, tantas veces uno se encuentra con personas que se limitan a seguir lineamientos o disposiciones sin al menos darse un minuto para reflexionar su validez. Por qué razón tantos aún se comportan como niños y se dejan llevar por las palabras, como las hojas por las aguas que descienden por los ríos.
Hacer algo de cierta manera, por el mero hecho de que alguien establece que se debe hacer así, sin preguntarnos siquiera acerca de su razonabilidad, debe ser considerado como una actitud pueril sino animal, únicos seres a quienes se les puede admitir la acción sin reflexión. Lamentablemente, en la sociedad abundan seres de esta naturaleza que no aportan sino que solo siguen, con la cabeza gacha lo que otros han pensado por ellos. Cuánta falta nos hacen personas capaces de discernir lo que se debe hacer y lo que no. Capaces de preguntarse el porqué de las cosas, de meditar acerca de la validez de las costumbres actuales, de los procesos que se siguen en las instituciones, de la vida en general.