En biología, mientras más pequeña, simple y oportunista sea una especie, es menos vulnerable a la extinción. Musgos y líquenes son plantas especializadas, adaptadas genéticamente hace millones de años, desde el límite norte de vegetación subártica hasta la selva tropical. Había y habrá musgo antes y después de la raza humana. Es una especie parásita (“epífita”), que prospera de comensal y en simbiosis con los árboles del bosque. Decir que el musgo se puede extinguir porque hay gente que lo recoge para los pesebres navideños, es como decir que los insectos se podrían extinguir porque los entomólogos los coleccionan. Pensar así es no conocer un bosque húmedo nublado. Tengo una finca en el subtrópico; solo ahí, hay musgo suficiente para adornar los pesebres de todo Quito. Forman una densa capa que ahoga y seca los árboles frutales. A quien desee llevárselo, se lo regalo encantado, siempre que se den el trabajo agotador de arrancarlo de los árboles, limpiarlo, escogerlo y lavarlo.
La campaña por el musgo hace quedar a los “ecologistas” como fanáticos opuestos a todo, restando atención a especies que sí están en peligro: el cóndor, el oso de anteojos, la danta, la palma de cera, etc., que obviamente, deben protegerse como ecosistemas y no especies aisladas. Creo que, lejos de preocuparse por la naturaleza, la campaña del musgo desea más atacar a las tradiciones quiteñas, y así convertir la Navidad en un simple feriado.