El cántaro lleno

Tanto fue el cántaro al agua, que al fin se rompió. Los jefes de las Fuerzas Armadas fueron ‘de uniforme’ a defender a sus miembros acusados de excesos contra el AVC (Alfaro Vive Carajo) durante el gobierno de León Febres Cordero.

Invocaron el ‘espíritu de cuerpo’, cuando sospecharon que en cualquier momento podían ir a dar también con sus huesos en la cárcel si no presionaban a tiempo. A lo mejor en la década de los 80, impidieron que en el país se instale unas FARC morochas que no dejen vivir en paz, y hay que reconocerlo.

Para un combatiente que se fajó en El Cenepa, debe ser humillante que se le quiera convertir en agente de aduanas, controlador del tránsito, o custodio de las bocacalles que circundan la Plaza Grande, cuando los contratados ‘revolucionarios’ farrean gritando reelección, mientras el resto del país protesta por las reiteradas violaciones de la Constitución.

La prestigiosa institución que les impuso ofrendar sudor, amputaciones y sangre en el campo de batalla, no debe ser juzgada por la actitud individual de superiores que cayeron en la tentación de abrir las puertas de sus cuarteles a gobernantes en problemas, o en la execrable realidad de que alguno colaboró con bandas de malhechores. La obediencia jugó su triste papel en el primer caso y la expectante ambición en el segundo.

Ojalá que con este ‘pretexto’, los miembros de las Fuerzas Armadas disciernan entre crisis y desaceleración, agucen el ingenio y lo aceleren enterándose de sus propios reglamentos y leyes amparados por la Carta Magna y los hagan respetar en beneficio de la Patria como lo hicieron en la guerra. Ya lo dijo Montesquieu: “No existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia de justicia”. 

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