Los betuneros, también conocidos por lustradores de zapatos, ejercen una ‘profesión’ habitual en Quito. Tomen esta afirmación en su justa medida, no es que haya tantos betuneros como taxistas, pero sí que se ven con frecuencia.
Instalan sus pequeños centros de ‘estética marroquinería’ en lugares estratégicos de la zona comercial y de negocios de esta gran ciudad, como a la salida de los hoteles más importantes o centros de convenciones.
Si se va caminando por las aceras se puede observar a un hombre de altos vuelos con expresión pétrea sentado en el trono de la vanidad. Con cara de desinterés hojea las páginas de la sección de economía de algún periódico nacional. Unos centímetros más abajo, otro hombre, con la piel como el cuero de soportar el sol varias horas al día, se mueve con agilidad dando brillo de militar a los zapatos del ejecutivo. No se le caen los anillos.
Este servicio de épocas sin derechos humanos es un vivo reflejo de las desigualdades de Ecuador. En donde mucha gente sobrevive con 240 dólares al mes, a la vez que es posible encontrar pantalones por ese precio en una tienda común de cualquier centro comercial.