Es obvio que la política de puertas abiertas ha profundizado la inseguridad ciudadana en el Ecuador; nos ha dejado, como sociedad, a merced de la delincuencia internacional. Solo un necio presta oídos sordos y cierra los ojos ante la evidencia. Correa, que confunde popularidad con infalibilidad y alimenta su vanidad a cualquier precio, busca ahora adeptos entre los extranjeros residentes en el país. En su último monólogo sabatino le atribuyó un tinte xenófobo a los reclamos en contra de su absurda política de fronteras abiertas. Como el ego puede más que la razón, en una arenga sin precedentes, llamó a los extranjeros a organizarse y protestar en contra de los ecuatorianos que piden revisar esta medida. ¿No se supone que un presidente representa a todos sus conciudadanos? ¿Es justificable recurrir a un ardid, bajo e irresponsable, en lugar de rectificar?