El sábado 19 de noviembre de 1966, Ecuador perdió a Alfredo Pérez Guerrero, ilustre hombre que dejó un profundo vacío en la educación, la política y la cultura del país.
Fui uno de los últimos discípulos del maestro y el más cercano. Recibí, a más de sus sabias enseñanzas, su afecto y su amistad. Me correspondió ser testigo de una vida dedicada a guiar a la juventud por más de 50 años, siempre bajo la bandera de la democracia y la libertad.
Paradigma de grandeza y bondad, jamás se envaneció, fue un hombre sencillo, nunca brotó de sus labios una palabra hiriente, su corazón no tenía espacio para el odio ni el rencor; fue benevolente hasta con sus “amigos” que en los momentos álgidos de su rectorado le volvieron la espalda.
Se marchó en una hora de agonía y crisis del país, cuando representaba el signo y la más alta esperanza de la patria, pero ha quedado su obra, su ejemplo y su voz, que sigue resonando en nuestros corazones. Cuanta falta hace su presencia en estos momentos de confusión de la patria.
Mi homenaje al ilustre maestro y a su universidad ultrajada.