Para los que frecuentamos los estadios de fútbol, en diferentes localidades, podemos darnos cuenta que obviamente existen los partidos de alto riesgo como las finales de campeonato o los clásicos del Astillero, para los cuales sí se han tomado las precauciones necesarias por parte de la Policía Nacional, como por ejemplo: por las vías de acceso al estadio, la Policía direcciona exclusivamente a hinchas para que ingresen al escenario deportivo por caminos diferentes. También se hacen requisas dobles, primero en la entrada y después en las escaleras. Hay suficientes policías en los graderíos, a tal punto que los hinchas toman fotos y graban imágenes desde sus teléfonos. No se permiten las astas de banderas ni cinturones.
Lo que sí debería hacerse es revisar a todas las personas por medios de los canes antidrogas, porque hay gente que lleva en sus billeteras cigarros de droga y no debería permitirse vender alcohol dentro de los estadios, aunque esto último lo encuentro difícil, porque hay marcas que auspician estos productos y a la vez los equipos de fútbol.
Dentro del estadio y sus alrededores no es grave el problema. El problema está en los hinchas que más que hinchas son “fanáticos” donde la pasión es desmedida al borde de la locura, donde le dan una importancia tal a un equipo de fútbol sobre sus familias, religión y sobre ellos mismos.
No lleguemos a extremos que por un deporte tengamos que pasar de la alegría a la tragedia.