Nunca pensamos que después del padre franciscano Agustín Moreno, fallecido el 18 de marzo, otro eminente religioso de altos quilates intelectuales y virtudes cristianas, haya bajado a la tumba.
El padre Ricardo Chamorro Armas, de la Orden de la Merced, nativo de la provincia del Carchi, que por largo tiempo ha servido a su comunidad en diversos estamentos iluminado por el ideal de ejercer la magnífica obra de misericordia: redimir al cautivo. Por sus cualidades e iniciativas fue escogido para prestar singulares servicios en las filas castrenses, incluso en la capellanía de la Presidencia de la República durante algunos años. Muy apreciado por la superioridad militar y también por miembros de la tropa, gustó dispensar el pan de la palabra evangélica en cuarteles y puestos militares valiéndose de las armas de espiritualidad y de entereza en el apostolado. Por ello, las autoridades eclesiásticas le nombraron vicario castrense.
La blancura de su hábito de resurrección acarició al desvalido y al que se encontraba bajo el cuidado de la Policía Nacional, pues también las cárceles fueron testigos de su gran empeño. Además, no le fue extraño el incursionar en los campos históricos, ya sea de su comunidad religiosa, ya sea de la Iglesia ecuatoriana, mereciendo ser nombrado académico de la Historia de la Iglesia. Lo fue también de la Confraternidad Bolivariana de América.
En la orden blanca de las armas aragonesas quedará para siempre el recuerdo de fray Ricardo.