Sola por su viudez, divorcio o abandono, que ha convertido a sus hijos en la razón de su vida, refugio de sus penas, sucedáneo de sus amores, norte de sus acciones. A esa mujer rindo un homenaje en el Día de la Madre, por sus características especiales, -divinas, diría yo-. Hay madres al calor de un hogar, apoyo de un compañero, rodeada de seguridad, comodidad y hasta derroche; un hombre tiende su manto de amor para la Reina del hogar y sus hijos. Pero hay otro tipo de madre: la madre sola, carente de recursos, ávida de amor, insatisfecha en sus justas aspiraciones, pero que nada lo detiene para dar lo único que ha dado en su vida y seguirá ofrendando: amor para sus hijos. Amor que suple la incomodidad, la necesidad, la presencia de un padre. Amor que es el motor de su vida.
La madre sola no escatima esfuerzos para compensar lo que el destino le ha negado y suplir así la ausencia paternal. ¿Falta dinero? ¡Hay ingenio!; ¿falta lujo? ¡Hay humildad!; ¿falta un compañero? ¡Hay valentía! Frente al estigma hay dignidad; frente al dedo acusador de la sociedad hay el coraje de salir adelante. No existe obstáculo para la madre sola en el camino que la vida le ha deparado, no como castigo sino como premio, el premio más valioso en la vida: sus hijos.
A ustedes, dignas señoras, deseo llegar con este modesto mensaje de profunda admiración, porque a las vicisitudes enfrentan con coraje, valentía, dignidad; con un amor quizás no valorado y talvez por lo mismo inmenso. Con este mensaje mi invocación de bendiciones para ustedes. Si alguien está cerca de Dios es la madre; y si alguien está más cerca de Él, es la madre sola. ¡Feliz Día de la Madre!