Hace poco se cumplió 125 años de la muerte de Vincent Van Gogh, quien es, hoy por hoy, el pintor más cotizado del mundo. Su obra -“El retrato del doctor Gachet”- superó el precio más alto jamás pagado por una obra de arte. Este hecho produjo una euforia sin precedentes en los medios artísticos y financieros del mundo.
El mito Van Gogh había logrado niveles insospechados. Más de cinco millones de personas, según relatan las crónicas de prensa de entonces, admiraron la retrospectiva antológica de su obra, en varias exposiciones preparadas en su homenaje.
Paradójicamente, el forastero más olvidado de este mundo llegó, por mérito propio, a formar parte de la historia del arte, destino que le negó su generación.
• La pintura: una pasión
Van Gogh nació en Zundert, una localidad de Holanda, en 1853. Desde niño demostró tener un temperamento inestable y atormentado.
La infancia de Vincent fue triste. Mal estudiante, llevó una vida de desengaños y frustraciones. Al principio se interesó por la pedagogía, pero no le fue bien. Sus estudios teológicos tampoco le satisficieron y su camino misionero se truncó tempranamente. Pero lo que más le afectó fue su vida sentimental que estuvo salpicada por decepciones.
Comenzó a pintar en 1881. Entre 1883 y 1885 realizó dibujos y lienzos sobre la vida de los campesinos. En 1885 se instaló en Amberes, en cuya academia trabajó y arribó más tarde a París -en 1886-, ciudad en la que pintó más de doscientos cuadros con influencia impresionista.
Quiso ser pastor protestante como su padre, pero habiendo fracasado en su empeño, se dedicó a pintar con una pasión si se quiere enfermiza.
• “Taller del Porvenir”
De temperamento nervioso, su inestabilidad le hizo buscar nuevos caminos. Pronto se le ocurrió una idea prodigiosa: fundar un espacio real para desarrollar su capacidad creadora. Él le denominó “Taller del Porvenir”, en Arles, 1888. A partir de entonces pintó con “una furia laboriosa” los paisajes que le circundaban.
Este taller redimensionó la obra de Van Gohg; formó su propio estilo y escuela que sería reconocido en todo el mundo. Y nació con Van Gogh el expresionismo, es decir, la exaltación elevada de los colores.
Van Gogh se propuso expresar “con el rojo y el verde las terribles pasiones humanas”. Y lo logró: realizó innumerables retratos de amigos y repitió varias veces su famoso autorretrato, cuya pintura se exhibe actualmente en Louvre, París.
Su exaltación llegó a tal extremo que invitó a su gran amigo Gauguin a su gran “Taller del Porvenir”. Trabajaron por breve tiempo, pero las continuas discusiones hicieron explotar este acuerdo. Gauguin se negó a continuar, y Van Gogh en un arrebato de histeria y delirio se mutiló una oreja (existe un autorretrato de Van Gogh con la oreja cortada).
• Crisis, calma y…
Internado en 1889 pasó por diversos momentos de crisis y calma, pero sin dejar de pintar con pasión. Como testimonio de su estancia en el asilo de Saint Paul-de Mausole, quedan 190 magníficos cuadros.
En 1890 salió hacia Auvers-sur Oise, ciudad en la que vivió dos meses. Allí produjo 70 obras, aproximadamente. Pero su alma torturada no hallaba tranquilidad.
El 29 de julio de 1890, se sentó bajo un árbol -Van Gogh amó y pintó a la naturaleza como ninguno- y se disparó un tiro de revolver en el pecho. Murió dos días después. Actualmente, las tumbas de Vincent y su hermano Theo, se hallan en los campos de Auvers.
• Pintura, legado del espíritu
Van Gogh concibió la pintura como un legado de su espíritu. Usó los colores puros que fueron fieles reflejos de los estados del alma. Sus cuadros fueron la exteriorización de su apasionada reacción ante los seres y los objetos del mundo circundante.
Vincent Van Gogh halló en las diáfanas luces de Provenza el pretexto para lograr una pintura personalísima, en la que reflejaba directamente sus reacciones en base a trazos cortos, rectos o torcidos, intensificados de un modo enérgico, en colores puros. Con razón se ha dicho que las obras de Van Gogh son un reflejo, una imagen de sí mismo.
Sus pinceladas apasionadas y fogosas delatan, en efecto, una personalidad contradictoria y convulsionada. Basta observar “El Tejedor”, “Comedores de Patatas”, “La Habitación”, “El café Nocturno”, “El Sembrador”, sus “Autorretratos” para compenetrarnos en las motivaciones de este pintor excepcional, sensible y tenaz, y a todas luces un creador -¡y qué genio no pierde un poco de cordura!-, que no ha sido superado por nadie en su género.
El amo y señor del expresionismo es Van Gogh. No hay otro.