La Silla Vacía

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¡El Papa Francisco o la alegría del Evangelio!

El jesuita Jorge Bergoglio en un año de pontificado ha logrado lo que muchos antecesores no han podido en décadas: rejuvenecer a la Iglesia, recuperar el espacio para los laicos y asumir una opción preferencial por los más pobres. Un breve resumen de la última Carta Apostólica ‘Evangelii Gaudium’ o ‘La alegría del Evangelio’.

Según Miguel Ángel Moreno, ‘la exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, es el primer documento del que es único responsable el papa Francisco, tras la encíclica Lumen fidei escrita ‘a cuatro manos’ en el que Jorge Bergoglio tan solo aportó algunos matices a un trabajo completamente elaborado por su antecesor, Benedicto XVI.

Evangelii Gaudium’ ha sido calificado como un ‘texto ilusionante’. ‘En este documento, Francisco ofrece una visión motivadora e interpelante acerca del espíritu misionero y evangelizador de la Iglesia, a partir de una transformación misionera en la que no rehúye un análisis de la sociedad actual y ofrece claves para el anuncio evangélico en el mundo actual. En este anuncio se hace especial hincapié en dos cuestiones sociales, como son ‘la inclusión social de los pobres’ y ‘la paz y el diálogo social’, para incluir como colofón la influencia del Espíritu Santo en el anuncio misionero y el ejemplo de la Virgen María como ‘Madre de la Iglesia evangelizadora.

La exhortación está estructurada en una introducción y cinco capítulos: ‘La transformación misionera de la Iglesia’, ‘En la crisis del compromiso comunitario’, ‘El anuncio del Evangelio’, ‘La dimensión social de la evangelización’ y ‘Evangelizadores con espíritu’.

INCLUSIÓN Y EQUIDAD
El Papa Francisco es muy claro en su palabra. ‘Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. (…) Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. (…)’
‘En este contexto, algunos todavía defienden –dice el Papa- las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando’ (nn. 53 y 54).

LAS POSIBLES CAUSAS
Responde el Papa: ‘El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. (…)

Y añade: ‘El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares’ (nn. 64 y 67).

OPCIÓN POR LA VIDA Y EL AMOR
Frente a los problemas de la humanidad, el Papa Francisco declara, sin ambages: ‘Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre’ (n. 76).

El mundo actual puede recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino con ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo’.