Todos, sin excepción, hemos sido formados por docentes. La sociedad, por extensión, es educadora por excelencia. Es urgente revisar lo hecho y lo no hecho para construir –o reconstruir- el nuevo papel de la educación y de los profesores en los nuevos escenarios del siglo XXI.
En términos amplios todos los seres humanos somos educadores y educadoras. No se necesita tener un título profesional para ejercer la función educadora. Toda persona, independientemente de su condición social, económica o política, por el hecho de ser persona, tiene la inclinación natural para defender la vida y perpetuar la especie.
Funciones de la educación
La madre y el padre que atienden a su hijo recién nacido; los padres que cumplen tareas de cuidado, seguridad y salud en relación con su prole; y la familia como célula social son agentes educativos por antonomasia. La educación entonces en su función personalizadora –de formar personas- y en su función socializadora –de transmitir valores y promover intercambios- tiene una gran importancia en la formación de seres humanos, en sus propios escenarios naturales.
Esta función educadora de la familia no puede ser reemplazada por la escuela ni por los maestros, que están preparados para el ejercicio profesional de la docencia de acuerdo con un currículo, es decir, condicionados por una estructura formal que ayuda al desarrollo de un proceso de enseñanza-aprendizaje.
Los primeros educadores son los padres de familia, y el hogar el punto focal donde se aprenden los valores humanos, los tipos de liderazgo y las relaciones sobre las cuales se asienta la personalidad humana. La escuela, por lo mismo, no es un sustituto del hogar, aunque el hogar pase por circunstancias difíciles.
¿Cuál es el papel de los docentes?
Los docentes en la época actual no son simples transmisores de contenidos o conocimientos, para que los estudiantes los memoricen y reciten en los exámenes. Este papel, muy común en los sistemas tradicionales, convertía a los docentes en “depositantes” de informaciones, y a sus estudiantes en “reproductores” de conceptos que ni siquiera comprendían. La educación “bancaria” de corte conductista, en buena hora, ha dado paso a una educación centrada ya no en los contenidos sino en los procesos, y donde el estudiante y no el docente se convierte, poco a poco, en protagonista de su aprendizaje.
En este contexto, el papel del docente está cambiando. El denominado “todólogo” ha dado paso al docente-investigador; el modelo tradicional cede terreno, frente a la educación por procesos a través de los cuales se construyen conocimientos, y se genera un nuevo clima de aprendizajes -en este caso, significativos- que van mucho más allá de las informaciones y conocimientos que están los libros de texto y ahora en la Internet. En otras palabras, la educación del tercer milenio está enfatizando en las estrategias del pensamiento; enseña a pensar, a imaginar y crear antes que repetir y reproducir.
Facilitador de aprendizajes
A la luz de los avances en estas materias, el docente del futuro será un facilitador de aprendizajes, un mediador social privilegiado y un agente de transformación de los sujetos, desde los sujetos –donde también se cuenta el docente- para transformar la realidad. Si la acción de los docentes no va dirigida e intencionada a construir sentidos, a descubrir la realidad para transformarla, su trabajo sería definitivamente irrelevante.
El docente es un constructor de humanidad; no un tecnólogo y peor un tecnócrata que domina técnicas y procesos de enseñanza aprendizaje. Es un actor –junto con el estudiante- de transformación, un sujeto activo y proactivo, que ayuda, con abnegado amor, a que cada estudiante construya su proyecto de vida, desarrolle capacidades cognitivas para comprender el mundo y valorice sus acciones para formar sociedades democráticas, tolerantes, solidarias y productivas.
Algunos desafíos puntuales
– Transferir el método o los métodos para que cada estudiante aprenda por sí mismo. Enseñar a pensar es la regla de oro del docente, antes que transmitir contenidos.
– Crear ambientes de aprendizaje para que los estudiantes aprendan a aprender.
– Desarrollar competencias internas en los estudiantes para que los estudiantes capten los valores del ambiente, discriminen, formen sus propios valores y los asuman con responsabilidad.
– Fomentar la investigación científica, a través de la curiosidad, la observación participante y la libertad genuina de pensamiento sin ataduras, estereotipos y condicionamientos.
– Trabajar por proyectos sustentables, que ayuden a los estudiantes a resolver los problemas de la vida y los problemas de la sociedad, con categorías científicas. Tomar en cuenta en este contexto las inteligencias múltiples.
– Fomentar el amor al país y las manifestaciones culturales, enseñar las verdaderas raíces de la nacionalidad y buscar las identidades en la diversidad, lejos de concepciones atávicas y estereotipadas.
– Formar ciudadanos del mundo, con valores ético-cívicos, arraigados en su suelo, pero proyectados a nuevos escenarios sociales, económicos, políticos y tecnológicos, altamente competitivos en lo que a conocimientos se refiere, y además ser solidarios en lo social y tolerantes en lo político y religioso.
– Construir sociedades educadoras, plurales, democráticas y libertarias.