Quise disminuir el nivel de ‘seriedad’ de este ensayo para reflexionar sobre algunos temas que la gente habla en voz baja, comenta y busca salir ‘a como dé lugar’ de los problemas de la crisis –perdón, de la desaceleración económica-. Me refiero a las situaciones que atraviesa el país de la melcocha –el maravilloso Ecuador-, por obra gracia de una fantasía llamada meritocracia.
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Les escribe un diabético dos, que se salva de tomar bebidas azucaradas, en esta sociedad donde el amor entre las sábanas es lo único que técnicamente –como dicen los expertos del Inamhi- no está todavía grabado. ¿O, tal vez, gravado por los nuevos impuestos? Un poco de humor en estos tiempos de cólera o zika viene bien, como escribió GGM –por favor, no confundir con Gabriel García Moreno-.
Muy bien. Pondré en orden las ideas. El título, para empezar, me pareció un tanto infantil pero original, no tanto por el ecologismo del concepto, sino porque bien podría ser la portada de un best seller que adoran los niños y adolescentes, en este mes que se celebra, con todo orgullo, el día del libro y la lectura, y el día del maestro. ¿Verdad, señor Perogrullo?
• La historia cuenta
‘Había una vez…’ es la frase clásica que ostentan aquellos libros que han sido llevados al estrellato, por obra y gracia de los críticos literarios, que casi ya no existen, y porque los niños fueron obligados a leer a cambio de un dulce o una ‘nota’, como en los tiempos de los Hermanitos Cristianos.
En este caso no había una vez, sino miles o millones de casos de gente que convive con la diabetes, y a veces sin saberlo muere sin contar historias. Pero yo soy un afortunado. ¿Y por qué historia de un diabético? Muy simple: la diabetes es la enfermedad de moda producida por la ingesta excesiva de glucosa que, unida al sedentarismo, a los licores y la alimentación centrada en hidratos de carbono y grasa, es casi una patología general, la primera causa de muerte en el Ecuador. Pero no es mi historia, por si acaso, sino de los candidatos a diabéticos que andan sueltos por miles, quienes están agradecidos por los nuevos impuestos a los tabacos, a las cervezas y bebidas edulcoradas, que la revolución se acordó de subir -¡por fin!- para preservar la salud de la mayoría. ¡Eso es gobernar! ¡Brindemos, entonces, por la salud en el país de la melcocha!
• Dulcinea y Barataria
Disculpen esta introducción pero era necesaria dado el impacto que doña Dulcinea y sus postres –léase las noticias calientes- esparcen por esta Ínsula Barataria, en donde los precios suben y suben y no hay intendente que ponga precios ‘oficiales’.
Pues bien, en el país de la melcocha el rey Midas se ha sorprendido al leer y ver en la ‘parrilla’ noticias espectaculares, que han hecho temblar a todos, cuando el ‘sistema’ se ha venido abajo –virtualmente ‘se cayó’- frente a las revelaciones de los ‘Panamá papers’, que involucra a miles de personas que han utilizado paraísos fiscales para no pagar impuestos.
Una aclaración previa: nadie se considera inocente mientras no se pruebe lo contrario. O mejor: nadie se considera culpable mientras no pruebe su inocencia. Perdón, este galimatías jurídico es insoportable. Lo que está claro –más claro que el agua- es que los dineros bien habidos y mal habidos están donde debían estar; es decir, seguros, segurísimos en ‘paraísos’. En tanto los que vivimos en el Estado llano vivimos felices, en esta Ínsula, el país de la melcocha, en el territorio que proclama el dulce encanto no de la burguesía sino de la trafasía.
• Malagradecidos
Pruebas al canto: estamos aquí gracias a la secretaría de la felicidad eterna, que es política de Estado; por el semáforo natural, que establece rangos en los alimentos –alto, medio y bajo-; por el pago del 40% a los jubilados y el pago de la deuda estructural del Estado al Iess; por los proyectos de nuevos impuestos -¡qué maravilla!-, que nos ayudan a tener salud a raudales en tiempos de vacas flacas; por las inundaciones que han sido detenidas gracias a las ‘presas’ construidas por la revolución -¡Malagradecidos-; por las leyes en favor de los desempleados, los padres irresponsables y las madrecitas sacrificadas, pero eso sí, sin sueldo; por las becas directas a los estudiantes y no por intermedio de las universidades; por los guaguas del Montúfar perdonados después de pedir disculpas; por las turbinas de los proyectos energéticos, con los cuales venderemos energía a los países vecinos; y por los amigos chinos que andan de compras por todo lado. ¡Qué caray!
• Democracia dulce: repetuche
La historia de un diabético, por lo tanto, es muy divertida en esta sociedad dulce, donde la democracia se ha nutrido de papeles y papelones. Y cuando los dulces, los mejores dulces del mundo, están aquí, muy cerca en Baños de Agua Santa, y en cada una de las noticias –que se convierten en tendencias- sin ánimo de empalagarnos.
En el país de las melcochas el diabético podría ser el rey. Por eso seguimos viviendo este país de maravilla -de Macondo o Manuelito, como usted prefiera- que pese a lo que pasamos con el Niño o la Niña, cuyas aguas nos llegan hasta la cintura continuamos en la espera del milagro: que no erupcionen los 4 volcanes activos –el Tungurahua, el Cotopaxi, el Reventador y el Sangay-, y que se repita la revolución. ¡Por Dios, que se repita, pero con petróleo de cien!