La Silla Vacía

La Silla Vacía

Los grupos de presión en una sociedad democrática

Es un tema de la sociología política, que entiende a la sociedad como una red de relaciones e intereses, anclada a sistemas y subsistemas, que sostienen tanto al poder formal como el no escrito y no verbalizado. ¿Cómo articular a los fines del bien común, a estos grupos de poder que compiten entre sí y con los de origen democrático?

· Una aproximación

La realidad está saturada de grupos de presión, que aparecen y desaparecen, y cobran sentido cuando han logrado ciertos objetivos. Se entiende por grupos de presión a aquellos organizados o no, formales o no, que representan tendencias, tipos de pensamientos o acciones que, en ocasiones, compiten con el poder formal y constituyen asociaciones de personas, que “luchan” por una “plataforma” o listado de pedidos.

Los grupos de presión se han tipificado según diversos criterios, y dado lugar a múltiples clasificaciones. El sociólogo y jurista ruso, Georges Gurvitch, estableció 63 tipos de grupos de presión. La clasificación de estos grupos depende de factores geográficos; es decir, si inciden en el ámbito local, regional, nacional o internacional, y de acuerdo a los intereses u objetivos sobre los que inciden, y su grado de institucionalización o naturaleza jurídica.

Colocados al filo de las leyes, en el ámbito nacional, estos grupos ejercen sus poderes fácticos con movilizaciones –a veces con violencia-, y los argumentos de sus pedidos o reivindicaciones no son otros que las piedras o la resistencia, que ahora tiene figura constitucional.

· Lucha por derechos, ¿y los deberes?

Los casos son patéticos: los grupos de taxistas y buseros por sus tarifas; los vendedores ambulantes y su derecho al trabajo; los sindicalistas y trabajadores por sus mejoras salariales; los empresarios y la búsqueda de garantías para invertir; los grupos de mujeres y sus luchas en favor de la equidad de género; los jóvenes enfermos de cáncer y sus campañas; los futbolistas y sus reclamos por pagos atrasados; los profesores y sus marchas por jubilaciones justas; los verdes –no los del gobierno- por la ecología y el ambiente sano; los padres de familia contra el acoso sexual y los abusos de ciertos profesores; los vecinos de un barrio contra obras municipales, los indígenas y el derecho a la tierra, al agua y a su Pachamama…

No hay grupo humano que no se organice para reclamar y defender derechos. En este punto: ¿quién se acuerda por cumplir y hacer cumplir los deberes y responsabilidades? ¿Y la ciudadanía, qué papel juega?

· El poder político

En los últimos años se ha repetido el principio que “el verdadero poder está en las calles”. Puede haber alguna razón. Las muchedumbres –convocadas con derecho a sánduche o no- han servido, en determinadas circunstancias, para medir fuerzas y incluso para tumbar presidentes. Las caídas de varios gobiernos fueron –supuestamente- el resultado de gigantescas movilizaciones, que desencadenaron procesos de cambio o rupturas. Pero habría que preguntarse si la democracia salió fortalecida o no.

La ortodoxia dice que los grupos de presión no tienen como objetivo inmediato asumir el poder, pero sí erosionarlo mediante alternativas heterodoxas para conseguir una obra o una ventaja para un sector o un grupo específico. La “toma” de calles, plazas, carreteras, y en ocasiones las huelgas de hambre, han sido estrategias asumidas por ciertos movimientos sociales, para protestar y lograr reivindicaciones, mientras la ciudadanía toda en ocasiones ha quedado desguarnecida. El Ecuador ha vivido épocas difíciles por el mal manejo de las diferencias y los conflictos.

Y el círculo vicioso se ha repetido: problema, manifestación, represión, detenidos, juzgamiento –criminalización de la supuesta protesta social-, sentencias, nuevas protestas, habeas corpus, indultos y amnistías. ¿Cómo lograr la armonía social y evitar este desgaste cotidiano, que enfrenta, de tiempo en tiempo, a policías/militares y ciudadanos, que esteriliza a los pueblos y afecta la vida democrática?

· Diferencias y minorías

Un grave problema del Ecuador ha sido, desde comienzos de la República, la dificultad de reconocer las diferencias políticas, culturales y sociales –como valores de la democracia-, que no excluyan a nadie, y explorar la importancia de las minorías dentro del sistema que vivimos: el Estado de derecho.

Las causas son complejas, pero se podría identificar una causa principal: la falta de un proyecto nacional como país, más allá de los partidos o movimientos, o mediante acuerdos básicos de gobernabilidad, que ciertos países han logrado con resultados evidentes, pero que han permitido la articulación de fuerzas con objetivos nacionales permanentes y estrategias vinculantes.

Es que en democracia las discrepancias son necesarias; las voces plurales y no la única voz. En esa perspectiva, las visiones seudo dialécticas –de los buenos y los malos, de los corruptos y los ángeles, de los vencedores y los vencidos, del viejo país y del nuevo país- son irrelevantes. No es posible fraccionar el país con pensamientos dicotómicos que llevan a la contradicción y no a la búsqueda conjunta de soluciones, frente a desafíos tan grandes como el combate a la pobreza.

· Clase política y agenda nacional

Una deuda muy importante es la de la clase política. El Ecuador conoce sus liderazgos, su nivel de preparación o impreparación y los alcances de los cacicazgos nacionales, regionales y locales. En esa línea de pensamiento es urgente reconocer la importancia de partidos políticos consistentes, con contenidos ideológicos y programas de gobierno que intenten fortalecer el proyecto de país y no solo de una parcela o territorio, sujeto a intereses y en ocasiones a mezquindades. El cambio o mejora de la clase política es clave para construir una agenda nacional compatible con un desarrollo humano sostenible y sustentable. Una “escuela” donde se informe y se forme la clase política es insoslayable.

· ¡Ciudadanizar la política!

Una propuesta central de estas reflexiones sobre los grupos de presión, la clase de política y la democracia podría ser el debate y posible creación de sistemas regulatorios para los diferentes grupos de presión y movimientos sociales. Se sabe que en Bélgica están regulados, mientras que en España no existe legislación sobre esta materia. Sería bueno conversar sobre las diferencias y semejanzas entre un grupo de presión y un movimiento social.

Los grupos de presión -desde el punto de vista político- son necesarios, pero articulados a la vida democrática, a la participación e inclusión. A la búsqueda de espacios ciudadanos ligados a la construcción del país y no a su disolución; a la organización de veedurías frente a los supuestos abusos del poder político, y a la adecuada representación de las minorías en los diferentes organismos públicos, privados y no gubernamentales.

En otros términos, los grupos de presión no solo deben ser gremiales y económicos sino ciudadanos. Se necesitan nuevas voces para nuevas opciones democráticas que se visibilicen para incidir y modificar la legislación, en unos casos, y proponer sistemas o proyectos viables, en otros. La iniciativa ciudadana hoy es letra muerta. En este sentido, la ciudadanía debe ser activada de manera consciente, con acciones directas e indirectas, con organización y niveles de información y capacitación. Es decir: ¡ciudadanizar la política!