Un programa de televisión ha sido cuestionado por moros y cristianos. Surcan por la red mensajes a favor y en contra, donde la discriminación por creer o no creer es la punta de lanza de un problema de la modernidad: la secularización. Un debate es necesario.
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El pretexto ha sido la búsqueda del talento, a través del canto, el baile o el humor que estimulan la participación de los jóvenes, quienes intentan encontrar oportunidades para obtener el ‘estrellato’, en programas de televisión instalados en el espectáculo calificado, según algunos especialistas, como ‘basura’.
El tema es interesante y concierne a la ciudadanía, y no solo a las leyes y a los organismos llamados ‘reguladores’ en nombre del Estado, que es ‘la sociedad jurídicamente organizada’, según Hans Kelsen. Los medios de comunicación son recursos cuyos objetivos centrales han sido desde siempre: la información, la educación y el entretenimiento.
• Cultura y espectáculo
Mario Vargas Llosa en su libro ‘La civilización del espectáculo’ (Alfaguara, Madrid, 2012) reconoce la existencia de una metamorfosis del contenido de la cultura, sobre la base del pensamiento de T. S. Eliot, quien advirtió el advenimiento de la era que vivimos, así como lo hicieron a su tiempo: G. Steiner y Guy Debord, quienes presagiaron la era de la poscultura, donde, supuestamente, la palabra hablada está cada vez más subordinada a la imagen.
¿Se trata de un delirio intelectual, de carácter laico, donde la sociedad –cada vez más ‘desorientada’- camina en dirección a una cultura global, donde reina el mercado y el individualismo? ¿Se puede o no prescindir de la religión para describir la ciencia, la filosofía, la literatura y las artes? La explicación, según Vargas Llosa, estaría en la sociedad del espectáculo que se ha construido en el punto más alto de la modernidad o como producto de su disolución, como plantea Zygmunt Bauman en el libro ‘Modernidad líquida y fragilidad humana’.
El papa Francisco, en su último viaje a Estados Unidos se refirió a este fenómeno en uno de sus discursos: ‘Corremos detrás de un ‘like’… y el mundo se ha convertido en un gran ‘shopping’. La cultura del consumismo está a la vista: consumir amistades, religiones. No importa el costo ni las consecuencias’.
• El talento en ciernes
En estos escenarios –todos mediáticos- se inscribe el talento, no precisamente para producir episteme o conocimiento, ‘nous’, en términos aristotélicos, sino actores, cantantes, comediantes; es decir, sujetos activos de las industrias culturales donde se inscribe la televisión, y básicamente los ‘shows’ o ‘realities’.
El talento musical o dancístico consistiría en demostrar ante miles de espectadores las capacidades de los concursantes, que ingresan voluntariamente en el juego, para participar y triunfar –si es posible-, gracias a votaciones del público y de ‘jueces’ escogidos dentro del ambiente conocido por pocos: la farándula.
Se preparan los escenarios, los presentadores, los actores, maquillistas y coreógrafos. Y llegan los profesores de baile, de actuación y los vocalistas profesionales para perfeccionar a los que tienen experiencias o iniciar a los primerizos. En toda esta parafernalia actúan los jueces o tribunales. ¿Con qué criterios son escogidos? Basta ver los avances de sus actuaciones, sus gestos y muecas para descubrir en su lenguaje verbal y no verbal, poblado de lugares comunes, el repertorio de sus ‘juicios’ ante el público presente y televidente que espera con entusiasmo sus ‘veredictos’.
• Las creencias en escena
Y claro: tenía que pasar algo novedoso en la cajita boba cuando una chica concursante fue interpelada en un programa televisado por una señora que actuaba como jurado. Y la respuesta de la joven fue, simplemente: ‘Soy atea’. El sobresalto fue evidente. Y desde entonces, la chica –muy valiente, por cierto- se hizo famosa entre los ateos del Ecuador, quienes, iniciaron una campaña mediática a favor del ateísmo, que poco a poco se hizo viral.
Ahora al tema del talento salido de la bambalina se unía –por esta pregunta incómoda- un ingrediente no previsto –las creencias-, que movió en las redes sociales a moros y cristianos, tirios y troyanos, a favor y en contra de Dios, los dioses y el ateísmo, y con fundamento o no, no exentos de insultos y recriminaciones, a enarbolar pensamientos y sentimientos reprimidos, como si expresar su ateísmo equivaldría a salir del armario. Por favor, no dramaticemos.
• Sí al debate
Soy profesor de toda la vida. Y católico comprometido. Respeto y tolero a la persona que piensa y cree diferente. Trabajo en universidades laicas y católicas, y en todas, sin excepción, la gente joven se expresa en forma plural con enorme libertad. Los jóvenes forman parte de una nueva cultura y nueva generación –a veces no comprendida por el mundo de los adultos-. Ellos buscan identidad y sentido a sus existencias.
El foro para el debate sobre las creencias no es, precisamente, el programa ‘basura’. Además, no se puede pedir a los jurados de espectáculos que hablen o pregunten lo que no saben, o lo que deben preguntar por respeto a sí mismos y a las audiencias.
Es importante, en consecuencia, que la televisión, la radio, la Internet abran espacios serios de opinión para que los ciudadanos y ciudadanas se expresen sobre diferentes temas de actualidad: la sexualidad, las creencias, la ética civil, las ideas políticas, los problemas del entorno, el medio ambiente, los libros y las lecturas, la educación de los hijos, entre otros.
Y que nadie tenga derecho a insultar en nombre de sus principios. Y que lo diverso y lo plural sean el camino para buscar encuentros. Y que la voz no sea solo de los artistas, sino de todos los ciudadanos y ciudadanas. ¡Sí al debate abierto!