La crisis global incluye a la Iglesia
El Papa Francisco dijo en una alocución que “la Iglesia no es una ONG”. Mucha gente pensaría: “Tampoco un banco”. La crisis heredada por el Papa actualizó una serie de problemas que dieron origen a una renuncia –la de Benedicto XVI-, y que Francisco ha intentado superar en más de cuatro años de pontificado. Las resistencias y bloqueos de ciertos sectores de la Curia Romana fueron, en ocasiones, superiores a las luces del Espíritu, en tanto el Papa jesuita sufre nuevos golpes, como el denunciado contra el tercero a bordo: el cardenal George Pell, tesorero del Vaticano, acusado de abuso sexual. ¿Es que la crisis ética que afronta el mundo, ha llegado a los umbrales de la Casa de Dios?
Las noticias sobre el Vaticano –sus avances y penurias- circulan en todos los periódicos del mundo y en las redes sociales. Por lo que no se trata de escandalizar sobre sucesos que están en los escenarios de la comunicación, y que dejan perplejos a creyentes y no creyentes, en los cuatro puntos cardinales del planeta.
Para los católicos de convicción las malas noticias probablemente no harán mella en sus pensamientos, sentimientos y creencias; pero en otros sectores –no bien formados o deformados por diferentes corrientes filosóficas y religiosas que transitan por el ambiente- podrían ser imprevisibles o devastadores, entre ellos, la pérdida de la fe.
• Raíces históricas
Quien escribe estas líneas es católico y formado por los jesuitas. No desdice, por tanto, mi condición de laico hablar y escribir –con todo respeto- sobre estas situaciones que afectan a la Iglesia y a su feligresía. Porque la crisis ética nos concierne a todos y no exclusiva y excluyentemente a los monseñores y sacerdotes.
La crisis de la Iglesia Católica tiene raíces históricas, y es mucho más grave que los casos de pedofilia, los malos manejos de las finanzas vaticanas, y las notables diferencias detectadas entre la pobreza evangélica y determinadas estructuras del Estado Vaticano detectadas en informes públicos. Hay, según algunos estudios, indicios de un sistema irregular y recurrente que cruza, virtualmente, toda la organización de la Iglesia: el poder, las pugnas en la Curia Romana y ciertas prácticas reñidas con los principios de la moral pública y privada.
Un cura solía decir cuando rezaba el Credo, que “oraba por la Iglesia, Santa, Católica, Apostólica y…pecadora”. Y tenía razón. Porque la Iglesia está integrada por seres humanos, contingentes, débiles y vulnerables. A esto se añade el “pecado social” o la injusticia estructural del entorno calificado por más de un Papa, como una afrenta que “clama al cielo”. Los documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo, y del concilio Vaticano II fueron en esa dirección.
La apertura que dio el recordado Papa Juan XXIII, literalmente, abrió las ventanas de la Iglesia al mundo y permitió “refrescar” el camino de una nueva Iglesia que comenzaba a transitar por los caminos de la liberación.
• Justicia con la obra
Pero hay que ser justos: las gracias han sido superiores a sus supuestos “pecados”. Si bien los problemas como los mencionados han prevalecido –con diferentes matices- en varios tramos de la historia, la presencia de la Iglesia Católica ha sido determinante en la humanidad desde el punto de vista religioso, cultural, político y social.
En más de dos mil años, el camino de la evangelización ha sido no solo arduo sino difícil, y ha marcado senderos por donde han transitado cientos de generaciones y sembrado esperanzas en los pueblos, donde ha sido la única luz a través del mensaje del resucitado. Sus mártires, santos y bienhechores han sido, desde sus inicios, pruebas fehacientes de la fe, la caridad y el compromiso de millones de laicos y religiosos. Sus obras sociales, educativas y culturales han generado opciones pastorales de gran incidencia en las políticas públicas de numerosos Estados.
• Apertura y orden
El Papa Francisco llegó al Vaticano en condiciones complejas, luego de la renuncia voluntaria de su predecesor. Su misión fue clara: poner orden en una Iglesia viva, grande, universal, casi inmanejable, con una estructura vertical, de resonancias medioevales, y en parte sacudida por las investigaciones –algunas encomendadas por el propio Papa-, que derivaron en filtraciones de información y nuevos escándalos.
Su actitud de apertura, su capacidad de diálogo horizontal, sus homilías, viajes y mensajes de los miércoles, en la Plaza de San Pedro, dieron un giro a la figura tradicional de los Papas ancianos, enfermos, conservadores y anclados a la tradición. Francisco movilizó a un mundo huérfano de líderes y sediento de esperanza. Pero como correlato surgieron disonancias internas, en la propia Curia Romana, en temas sensibles como las finanzas vaticanas, la familia y el acceso de los divorciados, y en general el manejo del poder.
Y el Papa del “Evangelio de la Alegría” siguió adelante en sus procesos de discernimiento –como buen jesuita- en la línea del compromiso de un cambio de la Iglesia, pese a la existencia de detractores visibles, que no solo han expresado sus opiniones divergentes en privado, sino que las hacen públicas mediante cartas. ¿Acaso Cristo no tuvo enemigos terribles –afuera, en los predios romanos, y dentro en su propia comunidad-, que le provocaron la muerte –crucifixión- más cruel?
• Depuración, renovación, conversión
Ante estos males –externos e internos-, la Iglesia ha denunciado las injusticias sociales y de todo orden –basta leer los documentos conciliares, las exhortaciones apostólicas y las encíclicas-, pero su silencio en el caso de los abusos sexuales –recogido en informes, libros y películas- han movido a la opinión pública católica y no católica.
Sus detractores hablan de complicidad; otros, en cambio, han justificado en nombre de la caridad y la misericordia. Ante ello, el Papa ha sido claro: en varias ocasiones ha reafirmado su decisión de castigar a los corruptos responsables de delitos económicos y sexuales. Y su firmeza elocuente ha tenido apoyo mayoritario, pero también resistencias.
Ante esta situación –en la que la Iglesia no escapa al juego de intereses y principios - no cabe otra alternativa que la depuración, la renovación y la conversión. ¿Por qué no? Recuérdese que los Estados –el Estado Vaticano es uno de ellos- requiere de una institucionalidad, y como tal necesita de normas, estatutos y sistemas compatibles con el derecho (canónico y civil). Y en el caso de la Iglesia –cuyo gobierno es muy especial- merece un nuevo y creativo estatus, donde la Ética presida todos los espacios del poder, y restaure lo que debería ser: una comunidad de fe y amor.
Con Francisco, nuevos aires soplan en la Iglesia Católica. En ese contexto, hay que pensar asertivamente; es decir, que los problemas ayuden a inventar una pedagogía para entenderlos, descifrarlos y enfrentarlos. Y que los responsables de los actos reprochables de violencia contra los niños y niñas –quienes han vivido “sin Dios ni ley”- afronten sus delitos y pecados.
La supuesta crisis (institucional) de la Iglesia –finalmente- no significa, de ningún modo, una crisis de fe en Jesús. Su mensaje sigue vigente, porque su misión todavía está inconclusa: liberar a los más pobres de la Tierra y construir el Reino de Dios.