La Silla Vacía

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Corrupción e impunidad: lecturas y alternativas

La corrupción y la impunidad son los temas de hoy, que responden a la realidad política y económica, a los liderazgos, y a la marcada debilidad de la familia y la educación así como a la caída de los referentes ante un modelo marcado por el individualismo. Algunas alternativas.

Un punto de partida es el reconocimiento –aunque nos pese- que nuestra sociedad está profundamente enferma. Y esta enfermedad no es otra que la desvalorización del ‘otro’ y del ‘nosotros’, en aras del egoísmo, el dinero fácil, la ganancia oportuna, el placer superfluo, el poder por el poder y, en general, el doble estándar o doble moral que atraviesa todo el cuerpo social.

La corrupción es una forma de violencia. Pero, ¿por qué existe tanta violencia, tanta agresividad en los hogares (violencia doméstica), en las calles (la fauna urbana) y en la política (el atraco a los fondos públicos)?

• Viveza criolla y conflictos

Una sociedad deformada por valores que se predican -pero no se viven- es el caldo de cultivo de la incertidumbre y la degradación paulatina, donde la infracción es la norma y no la excepción.

Vemos con tristeza que en muchos espacios sociales, económicos y políticos prevalecen la mentira y el engaño elevados a la ‘categoría’ de fortalezas de unos cuantos, en los que la viveza criolla es el sistema que otorga poder y ganancias sin límites, a costa de un Estado -de todos y de nadie-, que la mayoría quiere perjudicarle o sacarle ventajas.

Los conflictos, dice el Dr. Luis Valdéz, son normales en los grupos y las comunidades. Mas, es interesante reconocer que ‘los conflictos nos regalan aprendizajes’. La pregunta clave es: ¿cuál es mi responsabilidad en el conflicto? Valdéz sostiene que ‘todos tenemos un ego, que nos identifica con lo que no somos’. Dicho en otros términos: en ocasiones pregonamos ‘yo soy mis ideas’, y esta es una fuente de conflictos.

• Teoría del endograma

El endograma, según los estudiosos de las ciencias de la cultura, explica en parte el fenómeno de la corrupción. El endograma es una impronta o matriz mediante la cual los sujetos internalizamos valores, actitudes y creencias propias o ajenas, que se expresan en prácticas sociales conocidas como ‘ethos’.

La cultura está ‘llena’ de endogramas que dan carácter, diferenciación e identidad a los pueblos y naciones. Las culturas científicas, por ejemplo, tienen un fundamento lógico o racional; en las culturas andinas, en cambio, prevalece el mito, la tradición y la reciprocidad antes que la contraprestación, la astucia y la picardía.

Los vehículos para crear endogramas, han sido por antonomasia, la familia y la escuela, como entidades formadoras de valores humanos, y dentro de este contexto, la religión también articuló creencias, conocimientos y prácticas individuales y sociales a un conjunto de valores reconocidos por la comunidad.

Pero hoy, por influencia de la sociedad audiovisual han colocado en el mismo ‘saco’ a los objetos de consumo masivo junto a los valores humanos, otrora referentes máximos de nuestra cultura. El resultado de esta ‘ola’ de permisividad ha sido un endograma evidente: la amoralidad secularizadora que quita referentes y ahoga el grito de unos pocos que predican en el desierto.

• ¿Y la educación?

Lo grave es que frente a esta gigantesca descomposición ética la educación no hace nada o muy poco; más bien reproduce el modelo. Alguien decía que el ‘sistema educativo se colgó hace algún tiempo’. La escuela ya no educa, los chicos no leen y los profesores tampoco. La educación ya no crea endogramas –valores- que se conviertan en ‘carne’ de nuestra cultura. Y nos vamos vaciando poco a poco de nuestro ser, llenos de aparatos y tecnologías que atrapan a nuestros niños y jóvenes, futuros consumidores de corrupción…

Y el ritual de cada mañana se repite, cuando vemos y leemos las noticias, y repasamos ingenuamente el gol o el autogol que, de tiempo en tiempo, nos meten nuestros líderes: ministros fugados o come cheques que, supuestamente deben velar por los fondos públicos; funcionarios que acomodan los billetes en cajones y colchones; fiscales lentos, ineficientes e incapaces para luchar frontalmente contra la corrupción. Y lo que es peor: la anomia o indiferencia colectiva.

• El reino de la impunidad

La impunidad es la respuesta a un modelo de justicia que no llega, pues se llena de papeles, trámites y consultas e incluso de amenazas, mientras las víctimas tienen que callarse porque están amedrentadas ante sus victimarios. Increíble. Y si esto no fuera suficiente, existe un ejército de abogados –con el perdón de aquellos que sí ejercen la profesión con dignidad- que defienden, demoran, traban y dejan que los juicios prescriban, y como resultado reine la injusticia.

Sabemos que la justicia que tarda no es justicia. Y en el Ecuador, si bien algo se ha hecho para mejorar, todavía subsiste el trámite engorroso, la demora planificada, el uso y abuso de los recursos, y en definitiva la búsqueda de la impunidad. ¡Cuántos ciudadanos hemos sido víctimas directas e indirectas de la violencia y su hermana mayor, la impunidad!

El tema es complejo y va más allá de los presupuestos y las tecnologías. La causa profunda de la impunidad es la inmadurez de una sociedad que ha formado –o deformado- personas que no se manejan por principios sino por intereses. Y aquí cabe un nuevo reclamo al sistema educativo que no está respondiendo a políticas y estrategias capaces de formar personas con integridad, sino movidas por el dinero fácil, rápido y sin importar cómo.

Agotamiento del modelo y preguntas

El académico Jorge Zalles dice que la sociedad moderna está formando ‘bonsay humanos’; es decir, personas que se expresan e intentan vivir con cuerpos de hombres y mujeres, pero como enanos psicológicos. En otras palabras: gente preparada para todo, inmadura e incapaz para gobernar a los demás y sobre todo para gobernarse a sí mismo.

Cierta o no esta teoría, la descomposición de la familia es un reflejo de toda la sociedad, porque constituye una caja de resonancia. La complejidad que vive la sociedad, según Edgar Morin, no es sino la incertidumbre como característica esencial de una sociedad vertiginosa, conectada y al mismo tiempo solitaria, donde la caída de referentes impregna una sensación de agotamiento del modelo.

Algunas preguntas pendientes: ¿qué debe hacer la sociedad para luchar contra la corrupción y la impunidad?, ¿cuál es el nuevo papel de la justicia, el sistema educativo y la familia para atacar las causas de estas enfermedades sociales?, ¿y los medios de comunicación social? ¿Y cada ciudadano en particular?