La Silla Vacía

La Silla Vacía

La ciudad que llevamos dentro: una escuela de sentimientos y saberes

Mucho se ha escrito sobre los conflictos de las ciudades; sin embargo, poco se ha utilizado el espacio citadino para aprender a vivir y convivir. Proyectos como la ‘ciudad educadora’ intentan mejorar la convivencia, pero hace falta más. Una reflexión sobre la ciudad que llevamos dentro.

La ciudad es un escenario vivo. Dotada de un dinamismo propio donde convergen al mismo tiempo la geografía, la historia, la ecología, el urbanismo, la arquitectura, el paisajismo, la antropología, la educación, la sociología, la economía, la salud, las creencias, los juegos –y todas las ciencias y las instituciones sociales reunidas- la ciudad ofrece a las personas oportunidades para ejercer sus derechos y obligaciones consigo mismo y con los demás, y a los profesionales nuevas visiones para emprender proyectos con criterio multidisciplinar.

• Espacios, vericuetos y rincones

Desde que el ser humano dejó de ser nómada y decidió asentarse en una localidad, la ciudad ofreció no solo espacios sino relaciones donde el ayer, el hoy y el futuro –en tanto prospectiva- se instalan, y generan buenos pretextos para pensar, sentir y actuar junto a personas, asimismo contingentes, donde ganaron y perdieron, aprendieron y desaprendieron, jugaron y trabajaron, nacieron, crecieron y murieron…

La ciudad con sus sonidos, olores, colores y texturas está allí siempre disponible a ser recorrida, a ser descubierta, recordada y en ocasiones olvidada. Esa ciudad –mi ciudad- es motivo de esta reflexión que intenta encontrar un nuevo motivo para amarla, al dar varias vueltas por sus vericuetos y rincones.

• Diferentes miradas

Los diarios ven a la ciudad como noticia, los poetas como reflejo de sus musas y recuerdos, los arquitectos como mezcla de arte y sustancia, raíz de un pasado prodigioso; los lustrabotas como medio de vida, los educadores como espacio de aprendizaje; los políticos como núcleo del poder, los religiosos como punto de encuentro y solidaridad; los estudiantes un motivo para observar, investigar y distraerse; los turistas como oportunidad para tomar fotos y descubrir; los comerciantes para vender, los ciudadanos para vivir el día a día, como las lavanderas para lavar –especialmente cuando no hay crecida del río-… y usted, amigo lector o lectora, que siente su ciudad por dentro: le admira y suspira como un ser humano.

La ciudad no solo es un espacio de estética, es decir, de belleza, sino de lo más feo, ridículo y sucio. La ciudad reúne todo lo bueno y lo malo. Es como una persona colectiva que tiene razón y sinrazón, conciencia y conflictos, cruces de intereses, pitos estrafalarios y correteos de los amigos de lo ajeno, mientras los policías llegan casi siempre después de los robos y trafasías. Y no hablamos de Quito en particular, ciudad por mil títulos ilustre, cuna de literatos y sabios, de doctores y religiosos, de ríos y leyendas, de dulces y procesiones, de chullas y chagras.

• La ciudad-espectáculo

Mi hipótesis es que todo ser humano tiene una ciudad interior. Es como su vientre, la madre que yace adentro, cómplice de todo y nada. De las noches noctámbulas, de los rasgados de guitarra y de las fogatas en las noches frías, junto a la infaltable ‘guayusa’. La ciudad-espectáculo es un juego eterno. Johan Huizinga se quedaría corto, porque todo, sin excepción, es lúdico en la ciudad, parte ritual, rutina pero también sobresaltos como cuando explota una camareta y el castillo ilumina la noche de centellas.

• Ciudad educadora

Deleuze, en La ciudad de Pericles, decía que ‘las relaciones humanas comienzan con una métrica, una organización del espacio que sostiene la ciudad. Un arte de instaurar justas distancias entre los hombres, no jerárquicas sino geométricas’.

Estas relaciones generalmente han sido jerarquizadas por modelos de comportamientos y conceptos de lo que debe ser una ciudad, sobre la base de intereses de poder, es decir, jerárquicos, antes que nacidos de los consensos y acuerdos.

La ciudad es un espacio real para la educación de sus ciudadanos y ciudadanas. ‘La educación unida a la ciudad supera los espacios formales e institucionales y rescata la capacidad del ser humano para el asombro y para múltiples lecturas de sus espacios cotidianos’.

El proyecto de ciudad educadora radica entonces en un propósito: generar desde la ciudad un nuevo tipo de ciudadanía que ofrezca a todos -y muy especialmente a los niños, jóvenes y adolescentes- referentes necesarios para descubrir su ciudad, amar su ciudad y respetarla, sobre la base del respeto profundo del otro. Esto implica un plan emergente de carácter interdisciplinar, la formación de un nuevo ethos, un nuevo tipo tipo de docencia –muy decente- y una escuela innovadora con otros valores, procesos y contenidos, de carácter no reproduccionista que den piso –esperanza, diría yo- a una pedagogía para vivir en una ciudad donde los conflictos son los escenarios naturales de la vida. Esta pedagogía es el aprendizaje centrado en la resolución de problemas que intentaría la construcción de una utopía: la ciudad inteligente, de rostro humano.

• La ciudad en la era de la información

El reconocimiento del conflicto como esencia de la pedagogía es el primer paso para formular objetivos, procesos y contenidos y, por supuesto, a encontrar las soluciones. El estudio de los lenguajes y lecturas de la realidad plantea, desde la comunicación educativa, un mecanismo para formar ciudadanos conocedores de sus derechos y, sobre todo, de sus deberes, desde la perspectiva de la no violencia activa.

Manuel Castells ha realizado algunos estudios sobre la ciudad en la era de la información. Según Castells los espacios de interacción humana se han ampliado gracias a las nuevas tecnologías de la información, que no agotan ni subsanan las evidentes fragmentaciones de la sociedad moderna, donde emergen el desorden y las violencias de todo tipo, especialmente en territorios juveniles. El modelo de ciudad que oficializa una socialidad urbana fundada en una alteridad amenazante no puede realizar la democracia, ni darle juego a la necesaria pluralidad que la sustenta.

• La ciudad que soñamos

La ciudad, en fin, tiene un ropaje singular: desde los cuatro costados se le ve verde contrastada de arco iris. El verde de las arboledas y montañas; el azul de su cielo y el blanco de sus campanarios, que como atalayas compiten con el horizonte.

En ocasiones viste de gala, pero siempre de vida cotidiana. Se levanta temprano como fideo gigante sembrada de nubes bajas, con olor a pan fresco y, en ocasiones, a palo santo, en las orillas de las iglesias. La ciudad es una escuela de sentimientos; un aula de razones y proporciones; un sombrero de ala ancha; un manojo de flores que se exhiben en macetas coloradas, y un perico que en alguna plaza adivina la suerte. Así es la ciudad: llena de encantos y conflictos llevaderos, que nos enseña a vivir la vida con justeza y templanza; con sano orgullo y esperanza. Lo demás que pongan los poetas… la ciudad soñada.