Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco, hijo de Don Juan Vicente Bolívar y Ponte y Doña María de la Concepción Palacios y Blanco nació en Caracas, Venezuela, el 24 de julio de 1783. William Ospina, colombiano, ha escrito una biografía excepcional, diferente del Libertador. Nunca es tarde para reconocer el valor de Bolívar que soñó por una América unida, libre y bien educada.
No sé por qué el imaginario colectivo recuerda la figura de Simón Bolívar unido inseparablemente a sus caballos. El caballo, en efecto, representó y representa, de algún modo, la conquista, y en el caso de Bolívar, la independencia de España bajo el liderazgo de un hombre superior, incomprendido y traicionado por sus amigos.
Hace poco tuve esa sensación cuando visité, en Riobamba, la casa –hoy convertida en restaurante- en la que el Libertador, según la tradición, había escrito ‘El delirio sobre el Chimborazo’. Y claro, la majestad de su presencia en el coloso de los Andes, se funden para construir un discurso libertario no solo emotivo sino de gran valor literario y político, poco conocido y reivindicado. Y donde la figura ecuestre toma gran significado.
Releer la historia
Este comentario sirve de preámbulo para intentar una reflexión diferente sobre Bolívar, a propósito de la relectura de su vida, cuando tengo en mis manos una de sus biografías más actuales –‘En busca de Bolívar’, de William Ospina-, que ha merecido excelentes comentarios.
Es que a Bolívar y a otros héroes de la historia ya no se les lee y peor estudia en forma contextualizada. Incluso ciertos profesionales revestidos de cientistas sociales intentan ahora eliminarlos del currículo de aras de una interdisciplinariedad discutible. Pero ese es otro tema.
Bolívar, aristócrata
Bolívar nació en una familia aristócrata de su tiempo. De ascendencia criolla –su padre era acaudalado- y, evidentemente, con algunos privilegios, Bolívar fue huérfano de padre a los dos años de edad, y de madre a los nueve años. Estas carencias influenciaron en su carácter, pues desde el principio tuvo que afrontar los rigores de su orfandad, mitigadas en parte por la presencia de una negra excepcional, la esclava Hipólita, según palabras del mismo Bolívar ‘la única madre que he conocido’.
Esa situación creó en Bolívar, niño, y luego en su adolescencia una capacidad para luchar contra la adversidad y la búsqueda de nuevos horizontes, con rebeldía y coraje. Se dice que Bolívar tenía en su mente –sus discursos le delatarían más tarde- el afán de la libertad y la autonomía, aún cuando por razones explicables, a los dieciséis años, en Madrid, jugó en los jardines de la reina María Luisa donde se sintió incómodo, según referencia de su biógrafo Ospina.
En poco tiempo, Bolívar superó la condición de amo –que bien hubiera atraído a personas que hubieran seguido el guión paterno- y se convirtió en el libertador de un mundo sumido, desde hace siglos, en escenario de violencia, sangre y dominación. Un episodio que marcó su vida, en ese contexto, fue la muerte prematura de su esposa –María Teresa- por causa de la fiebre amarilla. Esto sucedió en 1802, cuando Bolívar tenía 19 años de edad.
La edad de las revoluciones
Conmovido por esta pérdida, Bolívar cambió de itinerario. De vuelta a Europa escogió Francia, que entonces atravesaba por una ordalía de ejecuciones, cuando despertaba la Revolución Francesa. De esta manera, los jóvenes americanos de entonces –entre los cuales se hallaba Bolívar- querían encontrar en Francia y sus cambios buenos pretextos y razones para orientar sus sueños para terminar con el dominio español, que quería imponer un modelo medieval lacerante.
Paris y sus alrededores fueron entonces los nuevos referentes para un Bolívar revolucionario. Hijo de la Revolución Francesa, Bolívar se desencantó más tarde cuando apareció de nuevo la monarquía. Y fue Bolívar –según Ospina- espectador, pues estuvo entre la multitud, de uno de los hechos más deprimentes que te tocó vivir en Francia: la coronación de Napoleón Bonaparte por sí mismo, cuando ‘tomaba la diadema de las manos temblorosas del Papa para ponérsela en sus propias sienes’, en la catedral de Notre Dame.
Un encuentro feliz
Ardió su corazón de rebeldía, como ardían los corazones de Rousseau, Diderot y Voltaire, pero todavía la idea de libertad era difusa. Su único consuelo fue Fanny, su prima amorosa, que le consoló en su prematura viudez.
Mas el sueño de la emancipación se consolidó cuando se produjo el encuentro en París de Bolívar con Simón Rodríguez, su maestro, quien con ‘El Emilio’ en sus manos –la clásica obra de Rousseau- imprimió en Bolívar, la nueva religión de la libertad y el modelo del ‘buen salvaje’. Con ímpetu y rebeldía, los dos Simones subieron por los Alpes hasta Italia, para prepararse, en cierto modo, para las difíciles campañas libertadoras en los Andes, al lomo de las cabalgaduras.
¡Ya saben por qué a Bolívar y su caballo los tenemos en nuestras mentes y corazones!