La Silla Vacía

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El poder de la palabra

Este tema merecería una investigación de campo. Un hecho cierto es que todo ser humano –consciente o no- vive bajo la égida del poder, en distintas manifestaciones y contextos, donde la palabra –como don y mensaje, discurso o recurso expresivo- tiene asidero en la cultura y, por supuesto, en la política. Descifrar la hondura de la palabra y el poder es una tarea gigante que excede este micro ensayo. Intentemos una aproximación.

La palabra –verbo, mensaje o discurso- es una unidad de la lengua que tiene, desde el punto de visto académico, una representación simbólica o cultural, porque la palabra constituye una expresión del lenguaje que verbaliza un concepto –oral o escrito- referido a la realidad y lo comunica, a través de la conversación y ahora mediado por los sistemas de información y comunicación.

Antes el púlpito era el escenario natural de la palabra; más tarde fue el balcón con el micrófono, y luego las pantallas -la televisión, la Internet, los videojuegos y el celular- cuyos impactos se investigan bajo la égida de las neurociencias.

¿Y qué ciencia estudia la palabra? La morfología es la rama de la lingüística que estudia la estructura y composición interna de las palabras, cuyas unidades menores son los morfemas y los fonemas. Tanto el habla como la escritura utilizan palabras, que al combinarse forman oraciones.

¿Y por qué la palabra es poder?

Es una pregunta compleja porque toda palabra lleva dentro de sus estructuras lingüísticas un mensaje, y el mensaje es una proposición, un juicio o un algoritmo que intenta persuadir, aclarar o responder a un presupuesto: teoría, proyecto o propuesta, sobre la base de un pensamiento que es la escala más alta de la evolución humana.

Según la Real Academia Española (RAE), el concepto de poder señala la posibilidad de que algo ocurra: 'Puede que nieve esta noche'. De todas formas, ‘el uso más habitual del término refiere al control, imperio, dominio y jurisdicción que un ser humano dispone para concretar algo o imponer un mandato'. El poder se relaciona con el gobierno de un país o con la herramienta en el que consta la facultad que un ser humano le otorga a otro para que, en representación suya, pueda llevar a cabo un cierto plan.

Según Max Weber, 'el poder es la probabilidad de que un actor dentro de un sistema social esté en posición de realizar su propio deseo, a pesar de las resistencias'. Para Richard Henry Tawney, el poder se centra en la 'imposición de la propia voluntad sobre otras personas'.

Un concepto amplio de poder sería entonces 'la capacidad de un individuo o grupo de individuos para modificar la conducta de otros individuos o grupos en la forma deseada y de impedir que la propia conducta sea modificada en la forma en que no se desea'. El poder 'se refiere a todos los tipos de influencia entre personas o grupos, incluyendo los que se ejercen en las transacciones de intercambio'.

En el ámbito político, el poder puede ser percibido como algo hegemónico o de dominación –según Weber-, que es aceptado o no en todas las sociedades humanas. En el poder político ingresan los ámbitos de autoridad, representación y legitimidad, que lo vinculan directamente con sistemas de gobierno: la democracia, la autocracia y la plutocracia, entre otros.

El debate sobre el poder todavía rige, por las contribuciones de Aristóleles, Maquiavelo, Foucault, Barthes, Weber e investigadores modernos, como Robert Michels, quien advierte que las organizaciones, tanto estatales como privadas, tienden a quedar bajo controles reducidos, pero poderosos por motivos políticos o financieros, que configuran lo que se denomina las 'élites del poder', que defienden intereses y posiciones en busca de más poder.

En consecuencia, la palabra es poder en tanto ejerce influencia en las personas y grupos porque persuade, convence, expone líneas de acción y conduce a una meta. La palabra se convierte en poder cuando es creíble, exalta valores y responde a necesidades. La palabra de Cristo tiene esas características; también la de Mahatma Gandhi y Martin Luther King, y líderes negativos como Adolfo Hitler.

• El origen del poder

El origen del poder, según algunos autores, se encuentra en el contrato social, que es el compromiso que un pueblo o comunidad de hombres asume para auto organizarse, mediante la suma de voluntades de todos los ciudadanos, que aceptan un poder superior que ordena y manda. Este poder así creado y organizado define qué hacer y qué no hacer: manda, prohíbe o permite.

El contrato social –revisar Jean-Jacques Rousseau- formula mandatos sobre la conducta humana y se torna en un poder ordenador y normativo. Se basa en el consentimiento de una pluralidad de hombres y mujeres libres que acepta la regla de la mayoría y ser guiado por ella. Así nace el Estado que es ‘la sociedad jurídicamente organizada’, referenciado por Hans Kelsen.

En el ámbito antropológico, el poder nace y es producto de la relación entre las personas y los escenarios naturales –sus raíces-, así como de las formas verbales y no verbales de comunicación, que desarrollan sistemas de autoridad, respeto, sabiduría y en general saberes, donde los modelos patriarcales y matriarcales configuran matrices culturales identitarias.

• Democratizar la palabra

Es una tendencia actual. Paulo Freire, pedagogo brasileño de factura universal, sostiene que una educación libertaria pretendería dar a las personas el patrocinio y la capacidad para ‘recuperar’ la palabra que, supuestamente, se halla en poder del emisor (¿opresor?) –que generalmente es el profesor o enunciador-.

La pedagogía en este sentido no es aséptica: tiene siempre una intencionalidad, porque la palabra se forma o deforma desde las relaciones familiares y luego en la escuela que, en cierto modo, ‘domestica’ a los seres humanos a través de las enseñanzas formales. La relectura de la 'Pedagogía del oprimido' y 'La educación para la libertad' actualiza estos conceptos.

Recuérdese que la palabra, desde sus orígenes, fue considerada ‘la voz del pueblo y la voz de Dios’, frase que ha quedado en la retórica política y religiosa. La democratización de la palabra tiene ahora nuevos significados: sería el epicentro de un proyecto plural, democrático, donde la palabra no es, exclusiva ni excluyentemente de los líderes, sino de los ciudadanos que participan, que piensan críticamente. Los estudios de Mario Kaplún, Ciespal, y de Monserrat Creamer, investigadora social, van en esa dirección.

• No al silencio social

La ‘ciudadanización’ de la palabra, de la mano de las tecnologías de información y comunicación, y las redes sociales, están modificando el poder del discurso y la capacidad de discernimiento, ayer anclados en la obediencia y el sometimiento y hoy liberados por la participación y la resistencia activa.

La historia de la humanidad está llena de ejemplos –malos ejemplos, sería exacto- cuando el poder político ha eliminado la capacidad de disentir, porque los dueños de la palabra han desoído otras voces y han concentrado la palabra en un solo emisor… sin interlocutor.

El gobierno de la palabra nos concierne. Recordemos que la imagen es parte del show mediático, cuyo propósito es intencional: convertirnos en potenciales clientes. La palabra humana, en cambio, nos ofrece la posibilidad de comunicarnos, interrelacionarnos y comprender las necesidades de los demás.

El silencio social –mezcla de anomia, indiferencia, pasividad, quemeimportismo, temor o miedo- no es buena consejera.