Historias sin fronteras

Médicos Sin Fronteras (MSF) es una organización médico-humanitaria de carácter internacional e independiente que brinda asistencia de emergencia a poblaciones víctimas de catástrofes de origen natural o humano, de conflictos armados, de epidemias y de otras situaciones de exclusión de la salud, sin ninguna discriminación por raza, religión o ideología política. @MSF_Argentina - Sitio Web: www.msf.org.ar - Foto: Jesus Abad Colorado.

Taisiya, la bisabuela que sobrevivió tres bombardeos y reconstruyó su casa

Taisiya Gregorivna tiene 82 años y vive sola en Pavlopil, Ucrania. Desde 2014, su casa fue alcanzada dos veces por los bombardeos. Foto: ©Maurice Ressel

Taisiya Gregorivna tiene 82 años y vive sola en Pavlopil, Ucrania. Desde 2014, su casa fue alcanzada dos veces por los bombardeos. Foto: ©Maurice Ressel

El testimonio de Taisiya, paciente de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Ucrania es un claro ejemplo de los desafíos que enfrenta la población a causa del prolongado conflicto.

Taisiya tiene 82 años y es viuda. Ha vivido en Pavlopil, en el este de Ucrania, los últimos 46 años. Situado a escasos kilómetros de la línea de frente, el conflicto ha causado graves estragos en el pueblo y en sus habitantes. Desde 2014, la casa de Taisiya ha sido alcanzada por bombardeos en dos ocasiones, por lo que se ha visto obligada a trasladarse a un lugar más seguro durante un tiempo. Ahora, gracias al apoyo de su familia, ha podido reconstruir su vivienda donde ha vuelto a vivir. Taisiya también padece problemas cardíacos. Durante los últimos meses ha recibido atención médica y apoyo en salud mental por parte de Médicos Sin Fronteras (MSF). Los equipos de MSF buscan ayudarla a afrontar las experiencias vividas a causa del conflicto.

Taisiya Gregorivna tiene 82 años y vive sola en Pavlopil, Ucrania. Desde 2014, su casa fue alcanzada dos veces por los bombardeos. Foto: ©Maurice Ressel

“Nací en Rusia. Y antes de venir a Ucrania, trabajé en una granja cuidando del ganado. Llegué a Pavlopil en 1970. Aquí me casé, construí mi hogar y tuve cuatro hijos, tres niñas y un niño.

No me acuerdo exactamente de la primera vez que los bombardeos afectaron mi casa, pero sí lo mucho que me asusté. Dos proyectiles impactaron en la carretera, justo delante de la entrada principal. La metralla causó daños en las paredes y en algunas ventanas.

La segunda vez fue durante el invierno. Me encontraba sola en casa y ya era muy tarde, estaba muy oscuro fuera. Dos bombardeos destruyeron el tejado y algunas de las habitaciones. Los impactos también rompieron todas las ventanas. Llamé a mi hija, que vive en Mariúpol, y me fui a vivir allí al día siguiente. Quedarme aquí sola era impensable, era demasiado peligroso.

Así que me instalé en Mariúpol con mi hija y su familia durante meses. Regresé varias veces a Pavlopil durante unos días, pero la situación aún era demasiado inestable para volver a vivir aquí y pasaba mucho miedo por las noches.

Una noche, estaba en la cocina de mi hija, en Mariúpol, cuando cayó un proyectil. Recuerdo que me dije a mí misma: ‘Dios me ha salvado por tercera vez porque nunca he maldecido en mi vida’. Por suerte, mi nieto había salido de la cocina unos minutos antes del bombardeo. No quiero ni pensar en lo que podría haberle ocurrido.

Hace casi un año que regresé a Pavlopil. Uno de mis yernos me ayudó con todas las reparaciones. Y pudimos arreglar parte del tejado gracias a la fábrica en la que trabaja una de mis hijas. Nos dieron gratis todo el material necesario. Además, mi yerno me ayudó a reparar los dormitorios y otras partes interiores de la casa que también habían resultado dañadas. Aunque aún falta por arreglar algunas partes de la cubierta. Pero no puedo permitirme el lujo de comprar las láminas de metal. Así que, por ahora, tendrá que quedarse tal y como está.

Una de mis nietas también perdió su vivienda por los bombardeos. Desde entonces, siempre está muy asustada. Y ahora padece diabetes. Estoy muy preocupada por ella, solo tiene 22 años.
El conflicto ha afectado profundamente a todas las familias de la zona. Pavlopil solía ser un lugar agradable para vivir.

Pero, cuando comenzó el conflicto, la escuela tuvo que cerrar porque las bombas caían muy cerca. Y tan solo han vuelto a abrir dos tiendas pequeñas. Hasta cierto punto, podemos considerarlo un avance respecto a aquellos meses en los que todo estaba cerrado. Durante ese tiempo, tuve mucha suerte: mis hijos me traían comida todas las semanas.

Ahora que la situación está un poco más tranquila, me siento más o menos bien. He podido recuperar mi rutina diaria. Tengo problemas de corazón, pero hago todo lo que puedo y me mantengo ocupada cuidando de mi casa, de mi jardín y de mis pollos. Sin todo esto, ya me habría muerto.

Me siento muy afortunada por tener la familia que tengo, por mis cuatro hijos, seis nietos y ocho bisnietos. Son un gran apoyo.
Me cuidan mucho y son quienes me han ayudado a recuperar mi hogar. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que otros no tuvieron tanta suerte”.