Segunda vergüenza consecutiva para Brasil, que fue superado por Holanda en la cancha de la mismísima capital. Nueva goleada, no tan catastrófica pero igual de agobiante, que resalta el peligroso fondo al que está cayendo el fútbol de ese país. Peligroso porque el poder político, con el pretexto de cortar la corrupción de la dirigencia, desea meter la mano.
Bueno, es tentador eso de ‘dar resolviendo’ los problemas sobre todo con los antecedentes de ciertos líderes, pero no es lo adecuado. Son los clubes los que tienen que salvarse por sí solos aunque parezca que Brasil ya no tiene salvación: goleado, con las peores cifras defensivas de su historia, con jugadores que no son como Pelé, Tostao, Zico o Ronaldinho y con heridas profundas que los malvados holandeses han removido sin piedad. Con pesimismo.
Hay un poco de pena por Scolari, imagen patética de cómo un gurú puede derrumbarse en poco tiempo. En el 2002 fue el gestor del título. Todos alababan su estilo, su mano dura, su conservadurismo tan férreo. Alguien le pidió más jogo-bonito y Scolari respondió que, al que quiera arte, que compre un libro de poesía. Resultadista como buen estratega gaúcho, regresó a la Selección bajo un criterio casi unánime: solo él podía hacer de Brasil el campeón que todos querían. Ahora lo desprecian.
Falló y ahora su fracaso incluso cuestiona a los demás colegas brasileños. Ya están pidiendo que un extranjero se haga cargo del equipo. Tabú. Impensable. Humillante. Pero quizás alguien de fuera pueda poner de acuerdo a todos.
Mientras Brasil es un velorio y todos se transforman en hinchas de Alemania (la imagen de Argentina dando la vuelta olímpica le retuerce el estómago a la mayoría), Holanda festeja este nuevo éxito. Bueno, es verdad que Van Gaal quería el título y que el tercer lugar le sabe a poco, pero esta ‘Oranje’ ha dejado en claro que no basta con un par de ideas tácticas y listo. Ahora se juega con diversos recursos, con planteles largos y con más velocidad. Arjen Robben lo exptesa con claridad. Es al mismo tiempo un clavadista y un mago del traslado de la pelota. Corre con el balón como si fuera una extensión de su dedo gordo del pie. Y se lanza al piso como en los mejores tiempos del Mago Salas. Robben llevó los tulipanes al velorio de Brasil.