El guapo de la barra

Lo que otros callan por temor o timidez, aquí se lo dice sin anestesia. Es comentarista de fútbol de EL COMERCIO.

Alejandro Ribadeneira

Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Central. Es periodista desde 1994. Colabora con el Grupo El Comercio desde el 2000 y se ha desempeñado en diversos puestos desde entonces. Actualmente ocupa el cargo de Editor Vida Privada.

Cuatro verdades que dejó el pésimo cierre de eliminatorias

Se acabaron las eliminatorias a Rusia 2018 y Ecuador luce como es una sabana desolada. Por la Tricolor pasó un huracán que lo destruyó casi todo, incluso la esperanza. Es momento de unas reflexiones urgentes:

No existen jugadores para una renovación

Si Célico convocó a la base de lo que será la necesaria renovación, ¡Dios mío!, mejor sigamos llamando nomás a los veteranos. Démosles vitaminas, suplementos contra la osteoporosis y parémoslos como sea. En realidad, Ecuador no cuenta con jugadores de calidad para creer que la Selección estará en condiciones de dar pelea en las siguientes eliminatorias. A diferencia del proceso del Mundial del 2010, eliminados en el último cotejo y con una camada de jugadores de proyección, hoy apenas podemos armar dentro de la Serie A una lista de 11 futbolistas de verdadera jerarquía. Eso es porque nuestras divisiones menores están en crisis, atadas a la debacle financiera de los clubes. Ojalá broten, pero lo más probable es que entremos en una época de oscurantismo como la que ya vive Paraguay.

Célico improvisó demasiado

Los hechos demuestran que le quedó enorme el buzo de DT de la Tricolor. Falló en todo cuando su meta era relativamente sencilla: cerrar con vergüenza deportiva. Nadie le pedía arrollar a Chile o descabezar a Messi, sino simplemente parar once talentos y dar pelea. La realidad es que Ecuador cerró con descrédito estas eliminatorias, dando la impresión de que estamos, en efecto, ante un cuadro en descomposición. El error fue desmarcarse agresivamente de las acciones de Quinteros desde el punto de vista de la nómina, cuando su prioridad debió ser eminentemente táctica y estratégica. Incluso faltó sentido común: si vas a ignorar a un jugador, llama a alguien igual o mejor. Célico no asumió su papel de entrenador de transición y quiso armar una revolución como si realmente fuera a quedarse de titular. Pero acudió a las cruzadas armado de palos cuando los rivales tenían espadas de acero. Ecuador recibió 5 goles, marcó dos y ofreció un espectáculo que constituye un retroceso.

Quinteros, un mal pibe

Por supuesto, el culpable número uno de este retroceso es Quinteros, un hablador disfrazado de bielsista que llevó a Ecuador a niveles de la época pre-Draskovic. Quito era el bastión pero Quinteros lo convirtió en tierra de conquista de los rivales, que corrían más que los ecuatorianos. Despreció a los clubes que tenían algún éxito internacional. También despreció a jugadores que estaban en un estupendo momento. Despreció a los hinchas y los contradictores. Ese desprecio alcanzó a los dirigentes, los que le pagaban su jugoso salario, cuando empezó el derrumbe y le exigieron resultados. Nunca antes un entrenador insultó tanto con impunidad sin tener el marcador del partido de su lado. Para colmo, no se fue por su libre voluntad a pesar de que todo un estadio le pidió la renuncia. Y se va pero contratando abogados para succionar todo lo que pueda, sin merecerlo.

Villacís y su fracaso

A su pesar, el presidente de la Ecuafútbol no puede librarse de la sombra de su predecesor, exitoso en los resultados. Villacís debió despedir a Quinteros cuando tuvo la oportunidad de hacerlo y había tiempo para enmendar el naufragio. Apostó por la estabilidad (y la comodidad de evitarse un proceso judicial en lo laboral) y falló. También apostó por la convocatoria populista de Célico y falló todavía más. Para colmo, está pendiente una explicación por el tema de las vuvuzelas durante la campaña presidencial, aunque más grave y amenazante es la crisis de los clubes, donde la pobreza está arrasando con la estructura de las menores. Villacís tiene un año más de mandato, pero quizás es momento de refrescar los cuadros dirigenciales.