En mi columna de la semana pasada sostuve que en el 2013 el régimen correísta había consolidado una mayoría electoral absoluta desde la cual hoy construye un sistema de partido único. Muy seguramente, en las elecciones de febrero próximo este proceso de copamiento electoral descenderá implacablemente a los gobiernos secciones y el modelo unipartidista quedará plenamente consolidado. A ello hay que sumar la ya lograda concentración de todos los poderes del Estado, hoy bajo tutela directa del Ejecutivo, y la absorbente conducción estatal de la economía; procesos que se vienen orquestando desde el 2007. Rafael Correa ha atenazado en sus manos el poder total. Aquello, vale decirlo, nada tiene que ver con democracia, a pesar de su aval electoral.
Sobre esta base, en el 2014 el oficialismo buscará avanzar un paso más en su proyecto político: lograr hegemonía sobre todos los espacios de la sociedad. Ya no le basta solo con ganar elecciones, ya no le es suficiente con concentrar directamente los poderes del Estado y tener a las fuerzas del mercado a su merced, ahora se encamina a dirigir, absorber, someter a la sociedad en todos sus ámbitos, ya no solo políticos sino económicos, culturales, deportivos, de seguridad. Sus objetivos de poder han subido varias escalas en ambición. Así, en el 2014 veremos desatada la voluntad del Gobierno de invadir cada rincón de la vida social, en especial, aquellos ámbitos decisivos de la cultura; de la generación de ideas y sentido social. En el país, nunca antes habíamos visto algo parecido. Hegemonía no es igual a simple dominación; significa sometimiento de la mente de la gente, de las instituciones y de las normas al proyecto de quienes gobiernan. Aquello por las buenas o por las malas; con propaganda o represión.
La lógica hegemónica del correísmo se ha construido de a poco. La hemos visto en comunicación, en educación básica y superior; la hemos palpado con el Decreto 16; está clara en los delirios del Plan del Buen Vivir y su retórica de cambio de la matriz productiva. Esta lógica es evidente, con enorme fuerza persuasiva, en las políticas gubernamentales en el deporte. La cooptación de los exseleccionados mundialistas; el control del Comité Olímpico; el monopolio de la transmisión de los partidos de fútbol, incluyendo el bombardeo publicitario que sufrimos en ellas; la progresiva penetración oficialista en las ligas barriales son solo unos ejemplos del intento de convertir al deporte, en particular al fútbol, en instrumento del Régimen.
Con un deporte tributario del Gobierno ni los espacios más íntimos de esparcimiento quedarán exentos de la propaganda oficial. En eso consiste la hegemonía; a eso apunta. La gula de poder del correísmo es insaciable; en el 2014 la veremos desplegarse sin límites que la contengan.