De taquito

De taquito

Ni una menos ni una más

Han pasado 11 días -sucedió el 8 de octubre- desde que Lucía, una joven argentina de 16 años, fue violada y empalada; y todavía tengo la 'piel de gallina', los 'pelos de punta', la boca abierta del asombro y un montón de reproches en la punta de la lengua que me gustaría recitarles a quienes terminaron con su vida. Soy una persona pacífica, pero esto no se los perdono.

Ese día, precisamente, mi hijo cumplió 12 años, y de seguro, mientras le cantábamos el Cumpleaños Feliz, Lucía clamaba por su vida.

No me pasa y no me pasará el dolor que siento por la muerte de la chica, por la violenta muerte que le propinaron esos desalmados, el mal llamado sexo fuerte que se supone tiene la misión de velar por el mal llamado sexo débil.

No me pasa y no me pasará la indignación, porque cada día son más las mujeres, niños y niñas que son víctimas de actos atroces, de actos que jamás se me habrían pasado por la mente.

No me pasa y no me pasará porque en cada víctima veo el rostro de alguien cercano, mi rostro, el de mis hermanas... y la verdad, me aterra, tengo miedo. No quisiera irme de este mundo como se fue Lucía.

El asesinato de esa adolescente me llevó directo a la web. ¿Empalamiento? Seguramente escuché esa palabra algún día y no le ofrecí mayor importancia.

Los primeros resultados que aparecen tras tipear esa palabra estremecen: "El empalamiento es un método de ejecución donde la víctima es atravesada por una estaca. La penetración puede realizarse por un costado, por el recto, la vagina o por la boca. La estaca se solía clavar en el suelo dejando a la víctima colgada para que muriera".

Luego, aparecen imágenes que solo evocan más dolor, indignación, ganas de llorar y una sola pregunta: ¿los humanos estamos convirtiéndonos en salvajes?

Mi respuesta: creo que sí. Me duele pensar que mientras soplábamos las velas en casa, una niña, en Mar del Plata, soltaba su último suspiro.

Por ella y por las miles de mujeres que a diario son maltratadas y asesinadas es que pido justicia. Levantemos la voz desde nuestros hogares, desde nuestro trabajo, desde el círculo de amigos para que jamás una de nosotr@s vuelva a caer en manos de alguien como los que se llevaron a Lucía, pero también para terminar con esa especie. En casa estamos obligados a enseñar a los niños y niñas que el respeto y consideración son la base para el desarrollo de las sociedades, y que hombres y mujeres tenemos los mismos derechos y merecemos las mismas consideraciones.