Redacción Quito
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Aún con la luz de la luna iluminando su rostro y su caminar por la calzada, Julio César Yépez sale de su casa a las 05:00 todas las mañanas. Viste ropa y zapatos deportivos para caminar desde La Luz, sector en donde reside desde hace tres años, hasta el parque La Carolina. para entrenar a un grupo de atletas.
Esa es su principal actividad. Aunque Yépez es el hombre de los siete oficios, como muchos de sus allegados lo conocen. Tiene un pequeño taller de pirograbado, hace tallado en piedra y también en coco. Además, da clases de natación y hasta ha maquillado muertos en funerarias.
Una sola vez he ido al médico y no por salud. Hace tiempo me rompí una ceja y tuve que hacerme atender Su educación en cultura física, recibida desde los 15 años en Cuba, le ha permitido enrolarse en competencias deportivas a lo largo de toda su carrera. Tiene 37 años, aunque aparenta tener menos edad; algunas canas dan muestra del paso del tiempo.
Según él, hacer deporte es esencial para mantenerse saludable. Con picardía dice: “Una sola vez he ido al médico y no por salud. Me rompí una ceja”.
Al llegar al parque La Carolina, cerca de las 06:00, comienza el entrenamiento con los deportistas de la Fundación Zero Límites. No se nota el cansancio de la caminata desde la calle Rafael Ramos, en el norte de la ciudad. No hay sudor y su voz no se entrecorta por la agitación.
El frío de la ciudad hace que me den ganas de tomar café.
Julio César Yépez
EntrenadorDirige el calentamiento, moviendo sus brazos y piernas bronceadas por el sol, y una rutina de ejercicios. Luego envía a los atletas a correr alrededor del sitio. No deja de sonreír cuando lo hace. Su relación con ellos es amena, se hacen bromas, todas con respeto.
Victoria Calisto se entrena con él desde hace ocho meses. Para la joven, el entrenamiento le sube el ánimo y la vitalidad, que mantiene durante el día. Después de la rutina diaria, cerca de las 09:00, todos se van. Mientras el entrenador espera por alumnos de sus clases personalizadas, acude al puesto de choclos y desayunos de “Don Julito”, cerca de la Cruz del Papa.
Allí, junto con otros colegas entrenadores, toma café y sánduche de queso caliente. Está acostumbrado a las aguas aromáticas, pero el frío y el desgaste físico le provocan café “de vez en cuando”. Sus alumnos llegan y se quedan por más o menos una hora. Al terminar las clases regresa a su casa. La congestión de las 10:00 lo estresa, prefiere caminar igual que en las mañanas. Toma siempre la misma ruta (la av. Amazonas, El Labrador y la av. 10 de Agosto).
A pesar de que con el deporte libera su estrés y siente energía, el arte de pirograbado en madera MDF es su entretenimiento predilecto. Antes que sentarse a ver TV prefiere tomar en sus manos rectángulos de madera y dibujos hechos a lápiz. El metal del pirograbador da forma en sus manos a paisajes y pequeños cuadros de viviendas.
Yépez los regala o vende cuando necesita un poco de dinero extra. Actividades que, al igual que haber maquillado muertos, le permiten vivir tranquilo en la ciudad, junto a su esposa Milaidy Rodríguez, quien vive en Quito también desde hace tres años.
Al mediodía almuerza en el comedor de su casa, en el segundo piso de una vivienda de la calle Aparicio Rivadeneira. Las frutas y las ensaladas no le pueden faltar, pues ya es una costumbre alimentarse sanamente.
Yépez cree que la cultura física en la urbe no es tomada en serio, mas para él ya es un estilo de vida imposible de evadir.