Hay una distancia muy grande entre ejercer la soberanía de un país para alcanzar grandes metas nacionales como salud y educación para todos, empleo, desarrollo o como ahora dice el Gobierno “el buen vivir” o ejercerla como herramienta para salvar la buena o mala suerte de otros países que no tienen nada que ver con nosotros en términos reales, cotidianos, y que tampoco pueden aportar para nuestro desarrollo ni inmediato ni futuro. Es más, son acuerdos con países que lo único que nos pueden traer son problemas –esos sí inmediatos, tangibles y difíciles de solucionar-. Este es el caso del acuerdo con Irán. En verdad es absolutamente inexplicable el apuro para ratificar un tratado donde expresamente se dice que podemos hacer pagos que –por el momento- están prohibidos por la comunidad internacional, debido a las sanciones impuestas por Naciones Unidas.
Si el Gobierno está tan interesado en ayudar a Irán, pues puede ayudarlo en los foros multilaterales pertinentes como el de Naciones Unidas o al interior de la Comisión de Energía Atómica, mas no hipotecando su política exterior y comercial presente y futura con un acuerdo que no tiene manera de ejecutarse en absoluta legalidad y justicia, es decir sin violar las sanciones impuestas por la ONU:
Por principio, abrir una embajada y mantener relaciones diplomáticas y comerciales con Irán no representa un problema, todo lo contrario. El problema es que no ha fluido el comercio con Irán en los cuatro años de acercamiento y no puede fluir en medio de sanciones internacionales sin golpear al Ecuador internacionalmente.
Lo inexplicable y absurdo, que rebasa toda lógica primaria de defender el interés nacional de un país como el Ecuador, es profundizar una relación que no tiene ningún sentido para el Estado y en donde lo único que puede haber es pérdidas. Aun cuando no estemos de acuerdo con las sanciones económicas comerciales contra Irán, ese es el orden mundial en el que vivimos. Y la manera de combatirlo o hacerlo más equilibrado no es juntándonos a la lista de países outsider y sancionados, sino luchando con tesis y propuestas en foros internacionales que hemos –dicho sea de paso- abandonado a su suerte como el de Naciones Unidas.
A Irán le conviene tener socios como nosotros, porque tiene tan pocos en la comunidad internacional que decir que un grupo de latinoamericanos lo apoyan, minimiza la oposición interna, pero a Ecuador ¿de qué le sirve todo esto? Lo único que logrará es aislarse poco a poco de la comunidad internacional, golpear y tal vez terminar con las negociaciones comerciales necesarias todavía para el funcionamiento del país con Estados Unidos y la Unión Europea; en el camino crear miles de desempleados, ahuyentar inversiones y de paso alienar a nuestros vecinos latinoamericanos que -aún los más grandes y agresivos como Brasil- son más pragmáticos con casos como Irán.