Su Majestad: escribo este informe ultrasecreto recluido en una oficina del segundo subsuelo de la Cancillería, aquicito nomás, en la Diez de Agosto.
No puedo ir a Carondelet para informarle lo que me voy a permitir informarle porque uno nunca sabe si se vaya a topar con el cierre de la avenida para pavimentar la repavimentación o con una marcha espontánea que diga no leas las preguntas y vota todo sí.
Por eso, Su Majestad, me permito informarle la siguiente información clasificada como clave para el futuro de las relaciones diplomáticas entre el Imperio y la Revolución del Siglo XXI.
Resulta, Su Majestad, que esta mañana, antes de salir de mi casa en la dirección que usted conoce pero que por seguridad no la voy a consignar en este documento, traté de ser honrado y no comer nada que venga del Imperio.
Así que, como Vuestra Excelencia nos lo cuenta detalladamente cada sábado, evité cualquier tipo de alimento “light”, enlatado o procesado en el país del norte y procedí a desayunar lo siguiente:
Corviche con Inca Cola, bolón de verde con arroz, carne asada y lenteja, caldo de patas, café negro, pan de Pinllo con nata y unas empanaditas de viento.
Es del caso, Su Majestad, que esta vez he sufrido un tremendo dolor de estómago y por eso estoy en esta oficina, pero mi espíritu revolucionario me dice que más importante que mi barriga es mi soberanía alimentaria.