A las 09:00 de ayer 2 de noviembre de 2015, aproximadamente 200 personas participaron en una misa en el cementerio de El Tejar, centro de la ciudad. Se llevó a cabo en la parte moderna del panteón. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
Ya no es lo que era; lo que solía ser hace 10, 20 o 30 años. Ni ríos interminables de gente con rosas en mano ni familias enteras con alimentos sentadas junto a las tumbas… Hoy, en general, la dinámica del Día de los Difuntos es distinta: la visita es corta, no hay rezos prolongados, cada vez hay menos serenos frente a las sepulturas y la cantidad de visitantes a los camposantos es menor.
Es lo que Boris Tobar, historiador especializado en temas religiosos, llama “período de transición cultural” en el que la sociedad va dejando de lado los valores andinos, indígenas y cristianos de comunión con los ancestros.
Humberto Guanataxi da fe de esa lejanía que hoy la gente tiene con sus muertos. Él se dedica a pintar tumbas en el cementerio de El Tejar. Hasta el año pasado, recuerda, pintaba al menos 20 y por cada trabajo cobraba USD 5. Esta vez, hasta las 10:00 de ayer apenas lo había contratado una persona.
No es el único que ha sentido una menor presencia de visitantes. Delia Chalacán, de 63 años, trabaja en el mismo cementerio desde que era niña, cuando el panteón era de tierra. Su padre y su abuelo construyeron los primeros nichos, dice. Se dedica a vender flores con florero incluido. Desde el sábado había vendido 30, años atrás, superaba las 200.
Cuenta que conforme pasan los años, menos gente acude al cementerio. “Antes no había por dónde caminar, esto era repleto de gente y hoy mire”, dice señalando algunos nichos descuidados, con flores secas…
Lo mismo le ocurre a Alejandra Machángara, de 22 años, quien vende papel en los baños de este camposanto, y a Alexandra Tandaya, quien vende refrescos y chocolates.
“Hoy no vendemos ni USD 30 al día. Antes, en cambio, llegábamos a vender hasta USD 300”, asegura Alexandra mientras acomoda las jabas de colas.
En los alrededores de El Tejar, San Diego y El Batán, no se registró mayor congestión vehicular hasta el mediodía. Las vías lucían holgadas. Incluso las ventas se desarrollaron con normalidad.
Jenny González, subinspectora de la Policía Metropolitana, contó que no hubo novedades. Solo quienes obtuvieron su permiso trabajaron. La poca afluencia de visitantes también afectó a Alexandra Váscones, de 46 años, quien oferta cuadros religiosos. Desde el sábado, vendió 50 unidades. Antes vendía más de 500. La situación fue similar en San Diego y El Batán.
Margarita Anasi, quien renta escaleras en San Diego, contó que por llevar seis escaleras al cementerio le cobraron USD 15, y de regreso deberá pagar lo mismo. Pero solo 10 personas las han rentado. “No me va a salir ni para pagar la carrera”, dijo.
En los alrededores de El Batán, las personas temían quedarse con las flores y perder la inversión. Antes vendían hasta 100 adornos al día. El domingo, María Alulema vendió 28. El Dúo Recuerdo, también sintió la crisis. Su repertorio es amplio: En vida, Te esperaré, Tu ausencia, pero el domingo y el lunes tuvieron solo una contratación. Víctor Pardo contó que antes daban más de 20 serenos.
Tobar explica que eso se debe a que conforme las sociedades se vuelven más urbanas, más densas, menos comunitarias y más individualistas, los nuevos mitos de la modernidad salen a flote. Se deja de lado las antiguas tradiciones, las ritualidades y el consumo en los centros gigantescos de la urbe.
De allí el poco interés de la gente en estas fechas. En ese sentido, agrega el historiador, la celebración tradicional del 2 de noviembre, esa que ocurría la década anterior, corre el riesgo de volverse leyenda, de quedarse en la historia que cuentan las abuelas y podría guardarse en el mismo baúl donde hoy reposan, por ejemplo, celebraciones pasadas como el Día de los Inocentes, cuando la gente se disfrazaba y se volcaba a las calles, décadas atrás…