El clásico del fútbol argentino, el partido entre Boca y River, aquel que ningún aficionado debe perderse, terminó de modo abrupto.
La agresión delincuencial desde la tribuna de Boca a cinco jugadores de River con gases tóxicos lleva a hondas reflexiones históricas y sociológicas.
El fútbol expresa la confrontación. Un deporte de contacto que muestra símbolos de guerra (pendones, bombos, arengas) y terminología bélica (artillero, muralla defensiva, cañonazo, ariete, etc.).
Sus orígenes son violentos y las normas han ido acotando la lucha por la destreza física, táctica, técnica. La pasión empero, siempre está allí, nublando la razón.
Un partido seguido por millones en la TV como el que disputaban dos equipos -curiosamente nacidos en el barrio bonaerense de la Boca– desata duras críticas en el mundo. Pero no es nada nuevo y el choque de la cancha sale a las tribunas, sigue en la calle y penetra a toda la sociedad.
En 1946 en Bolton, un cotejo con 46 muertos y 500 heridos. En 1955 en Nápoles murieron 155 personas, entre ellos 55 policías que daban ‘seguridad’ al partido. 39 muertes, en Bruselas y las avalanchas de hinchas en Lima en 1964 y en Buenos Aires en 1968 (Monumental de River, en otro clásico) dejaron centenas de fallecidos. Hechos violentos nos llevan a Port Said, en Egipto o Ghana. En Sheffield en 1989, 96 personas murieron. Margaret Tatcher dictó duras normas. Los ‘hooligans’ ya no aparecen en los estadios ingleses. Los partidos se juegan sin rejas que separen a los espectadores de la cancha.
En Ecuador un clásico del astillero dejó 40 heridos, un hincha de El Nacional murió en Ponciano y en el Olímpico otro hincha murió arrojado a la fosa. Un trabajo excelente es el editado por Fernando Carrión y María José Rodríguez, titulado Luchas Urbanas alrededor del fútbol.
Hay que desterrar a los violentos con un gran pacto para salvar la belleza del fútbol. Un clásico como Boca – River, nunca más debe terminar así.