El Presidente de Venezuela dijo, hace poco, que corren “vientos de guerra” en América Latina. Criticaba así al acuerdo suscrito por Colombia y Estados Unidos para que este país pueda usar bases militares en los programas conjuntos de lucha contra las drogas. Simultáneamente, el comandante Chávez ordenaba movilizaciones militares y dinamitaba dos puentes en la frontera con Colombia.
El acuerdo colombo-norteamericano ha suscitado preocupación legítima y explicable, especialmente de los vecinos de Colombia. Se ha demostrado así que hay actos de política interna que producen consecuencias internacionales, es decir que van más allá del ejercicio normal de la soberanía nacional. Colombia parece haberlo olvidado al suscribir el Convenio con los Estados Unidos. O su decisión es el resultado de un análisis de costo-beneficio sobre las ventajas de un éxito incierto en su lucha contra la violencia y el narcotráfico y la reacción -que debía prever- de sus vecinos frente al camino escogido.
Ecuador ha sido uno de los países directamente afectados por las políticas de Colombia. Basta pensar en la fumigación de las zonas de frontera o en las corrientes migratorias de colombianos que han llegado a tierras ecuatorianas o en el ataque que las fuerzas militares de Colombia perpetraron en Angostura, violando flagrantemente la soberanía ecuatoriana. Todo ello compromete la responsabilidad del Estado colombiano.
Pero las denuncias y acciones del presidente Chávez no contribuyen a mantener un ambiente de paz. Lamentablemente, las divergencias ideológicas han creado un ambiente tenso y hasta de confrontación entre algunos gobiernos latinoamericanos, caldo de cultivo ideal para el nacimiento de una especie de guerra fría. Simultáneamente, parecería estar iniciándose una carrera armamentista, que siembra dudas y recelos en todas partes. Si a ello se suma la existencia de desacuerdos internacionales complejos entre algunos países (Venezuela-Colombia, Colombia-Ecuador, Perú-Chile, Chile-Bolivia, Argentina-Uruguay, etc.) es posible concluir que puede empezar a dibujarse un escenario de conflicto.
La dialéctica verbal extremista y grosera del Presidente de Venezuela ensombrece aún más el panorama. Los vientos de guerra a los que alude no están ni en las tradiciones pacíficas de América Latina, ni entre las probabilidades derivadas de un análisis serio, pero sí, quizás, en la mente de quien los denuncia.
En este sombrío panorama, la diplomacia debe jugar un papel oportuno y eficaz. Hay que evitar que se compliquen más los problemas, lo que exige de todos una dosis de cordura, sensatez y prudencia. La simple reafirmación de posiciones nacionales sobre un tema específico, además de innecesaria, puede bloquear el diálogo internacional.
La diplomacia debe jugar un papel eficaz. Hay que evitar que se compliquen más los problemas, lo que
exige de todos una dosis de cordura.