En esta forma de robo los desconocidos obtuvieran información personal sobre la víctima. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
Todo inició con una llamada telefónica. “¿Está la licenciada…?”, preguntó un hombre que se identificó como funcionario de la Empresa de Agua Potable. “Mi esposa no está”, contestó Fernando, sin imaginarse que el hombre que llamaba era miembro de una banda dedicada al robo de casas que opera en Quito.
El desconocido le dijo que en 10 minutos llegaría un grupo de obreros para realizar un chequeo de una fuga de agua. “Le contesté que en mi casa no había ninguna fuga, pero que en el alcantarillado del pasaje hicieron recién unas obras”, cuenta la víctima.
Minutos después, alguien timbró su casa. Abrió la puerta y enseguida vio a dos hombres, uno le acercó una pistola al estómago. “Grité por el susto”. Los desconocidos le dijeron que haga silencio y que ingrese a la sala de su casa. Allí lo sentaron sobre un sillón, le ataron de manos y pies y cubrieron su rostro con una prenda de vestir para evitar ser identificados.
Para Fernando fue eterno el tiempo que estuvo maniatado. No podía ver, solo escuchaba que revolvían su casa. Le preguntaron dónde estaban las joyas y le exigieron que entregue su cédula de identidad. “Me dijeron que mi esposa los habían mandado para asustarme. Algo que es completamente falso, pues nos llevamos bien”, dice.
Sin embargo, al hombre le preocupa que los desconocidos obtuvieran tanta información personal sobre su familia. Cuando por fin terminó el robo, ellos lo amenazaron con hacerle daño si denunciaba el hecho.
Fernando intentó por 10 minutos liberarse de las ataduras en sus manos. Al verse libre buscó la ayuda de sus vecinos y de la Policía.
Pero los ladrones ya se habían huído con dos plasmas, teléfonos y joyas.
“Ahora tengo miedo, porque las cosas se recuperan, pero fue algo muy terrible lo que pasé y ojalá la gente se percaten ante de abrir la puerta a un desconocido“, dice.