Los viajes presidenciales

Los recientes desplazamientos del Jefe de Estado a Managua, Washington y San Salvador con motivo de la crisis política en Honduras han despertado una serie de inquietudes de muchos  ecuatorianos en relación con la pertinencia de esos viajes y los ingentes gastos que estos implican para el Estado.

En el primer aspecto de este análisis, si bien es cierto que el Primer Mandatario ha justificado reiteradamente el sentido de esos viajes, en especial bajo el argumento de que los presidentes y los gobiernos de su misma tendencia ideológica tendrán siempre su solidaridad activa, también es cierto que en ese periplo puso en juego no solamente su integridad personal sino, también, la reputación del Estado ecuatoriano y la coherencia con sus tradicionales principios de soberanía y no intervención.

En el segundo aspecto, el país entendió la necesidad de que el Estado adquiera un avión nuevo y seguro porque es prioridad la seguridad del Presidente de la República, como máxima autoridad de la nación, y porque vivimos tiempos donde la globalización y la unidad regional demandan una sistemática presencia y relaciones interpersonales entre mandatarios.

Sin embargo, como refleja un trabajo periodístico publicado en este Diario en su edición de ayer, existen ciertos excesos en el uso de la nave oficial que pudieran evitarse, incluso bajo la consideración de que el avión debe estar protegido por mecanismos y sistemas de seguridad que pueden deteriorarse si se lo usa para otros fines que no sean, estrictamente, los que atañen a las necesidades de traslado del Mandatario.

La prudencia y la seguridad son dos claves en una época como la actual, en la que los viajes presidenciales son un elemento vital para la búsqueda del progreso y el desarrollo en la región.

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