El licor se vende con facilidad pese a las restricciones

Los tres golpes sacuden la puerta enrollable metálica y, como si se tratara de una señal de emergencia, del otro lado aparece el rostro del tendero. Lo llaman jefe, joven o vecino.

En la madrugada y con los tragos encima el nombre del que vende es lo de menos. Lo único que interesa es conseguir licor.“¿A cómo sale la de ron?”, pregunta un hombre de unos 25 años por una improvisada ventana de la puerta metálica.
“Con cola se sale en USD 13,50. Es el más barato que tengo”, admite el dueño de la licorería.

El joven rebusca su bolsillo, saca un billete y unas monedas. Extiende la mano, hecha un puño, por la ventana de la puerta enrollada y paga. El ‘vecino’ hace lo propio y entrega en una bolsa negra las dos botellas de licor. Fin del negocio. El muchacho desaparece y el rostro del dueño del local no se ve más por el cuadrado de la puerta.

Es jueves 22:30. Por el sur y norte de Quito hay al menos 10 licorerías que atienden a los clientes. La Ley lo prohíbe.
Estos establecimientos pueden vender alcohol de lunes a sábado hasta las 22:00. La norma rige desde junio del 2010.

En el país parecería que el comercio de licor durante las 24 horas es normal. Algunos locales se han puesto al mismo nivel que una farmacia o un centro de emergencia e instalan carteles con leyendas que ofrecen atención ininterrumpida, asegura el capitán Carlos Albán. Él es jefe del circuito Solanda, en el sur de la capital.

En Quito no es difícil encontrar este tipo de locales. Hay licorerías que lucen cerradas, pero con un ‘timbrazo’ o un golpe en la puerta enrollable el panorama cambia. Un foco encendido es la señal de que sí hay atención al público.

En la Intendencia de Pichincha saben de este fenómeno y por eso plantean solicitar al Ministerio del Interior un decreto que prohíba que los propietarios de estos negocios instalen en el exterior timbres y focos.

Las pequeñas ventanas improvisadas en las puertas metálicas también se eliminarían.

Pavel Uranga, director ejecutivo de Marcha Blanca, una fundación que trabaja en temas de seguridad, cree que la medida es factible, pero aparecerían nuevas formas para vender clandestinamente las bebidas.

El recorrido por las calles de Quito sigue la noche del jueves. En la Ulloa las luces de un local se ven tres cuadras atrás. Un taxista detiene la marcha, enciende las luces de parqueo y descienden tres jóvenes de la parte posterior. Cruzan la calle y por unos 60 segundos mantienen una charla con el dueño. Vuelven al auto y uno de los muchachos carga una bolsa negra. También abraza al pecho unos ‘snacks’. Son las 23:00.

El local incluso tiene un rótulo en el que se lee ‘Tienda’. No pasan ni tres minutos y otro grupo de jóvenes camina hacia el local. Piden una botella de aguardiente y papas fritas.

Segundos después y ya con la botella camuflada en una funda negra, el grupo agradece al ‘vecino’ y camina por una calle apenas iluminada. Buscar licorerías abiertas y luego regresar a casa es un riesgo que algunos jóvenes no viven para contarlo. “Se topan con otros grupos y se desencadenan escándalos, riñas, homicidios”, alerta Albán.

El Gobierno reconoce esos peligros y asocia el uso nocivo de bebidas alcohólicas con las peleas, las muertes violentas y los abusos sexuales.

En la capital, las riñas son la primera causa de los crímenes, por encima los asesinatos durante un robo. De todos los homicidios, el 78% de las víctimas tenían entre 16 y 45 años. Este análisis aparece en el último informe del Observatorio de Seguridad Ciudadana.

En noviembre, el Ministerio de Seguridad señaló que “a pesar de los indicadores favorables en la disminución de los homicidios en los tres últimos años, en el 2013 el 6% estuvo relacionado con el alcohol”.

Edwin Castelo, intendente de Pichincha, explica que han tomado medidas drásticas contra licorerías que operan en la capital. El funcionario junto con la Policía han decomisado las bebidas porque los propietarios abrieron los negocios pese a las clausuras definitivas.

Los dueños que incumplen la Ley tienen tres advertencias previas al cierre permanente. La primera clausura es de ocho días, la segunda de dos semanas y la tercera de un mes.

En la avenida Naciones Unidas, en el norte de Quito, cuatro carros se parquean junto a una licorería que tiene un agujero en la puerta metálica. Tres jóvenes bajan de los autos y se paran frente a la puerta Lanfort.

De uno de los vehículos salen sonidos estridentes al ritmo de reggeaetón. “¿Sexo y nada más”, se escucha cantar al artista en un coro interminable.

Pasan dos minutos y el grupo de amigos regresa a los carros. El conductor de uno de ellos empuña una cerveza. Todos ríen. Encienden los vehículos y aceleran. Son las 23:30.

El Gobierno también asocia la accidentalidad vial con el uso nocivo del licor. Entre enero y abril de este año, el 6% de los
12 425 choques que hubo en el país ocurrió por la embriaguez del piloto, según datos oficiales.

Es la 01:00 del viernes y en la licorería de la Naciones Unidas los clientes siguen llegando en automóviles. Buscan “calmar la sed”. También un sitio en donde continuar la fiesta...

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