Los pobladores de Puela, cantón Penipe, ya se acostumbraron a la presencia militar por una posible evacuación. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
La rutina en el barrio del Miduvi, situado al oeste de Penipe, en Chimborazo, se inicia temprano. Un bus de la Cooperativa de Transportes Bayushig empieza su recorrido cada día a las 05:30. El trayecto empieza allí y concluye en las comunidades situadas en las faldas del volcán Tungurahua.
En pocos minutos, el bus se llena de agricultores y ganaderos que se movilizan a diario hasta sus propiedades en Puela, Manzano, Chonglontus y Palictahua. Cuatro comunidades asentadas en
la zona de riesgo del volcán.
Después de la fuerte erupción del 2006, que cobró la vida de cinco personas en la parroquia El Altar, ellos dejaron sus casas en las noches para pernoctar en las casas entregadas por el Gobierno. Ese barrio es uno de los asentamientos más grandes, donde habitan unas 1 000 personas que vivían en sitios de riesgo.
Allí, las declaratorias de alerta naranja ya no alteran la vida de la gente, como en años anteriores. Tras el despertar del volcán, el 16 de octubre de 1999, el Tungurahua se reactiva en promedio dos veces al año.
“La primera vez que la ‘Mama’ Tungurahua se despertó, tuvimos miedo. Los militares nos sacaron a la fuerza de nuestras casas, vendimos todos los animales y coincidió con el cambio de la moneda. Nos quedamos sin nada y pensamos que no nos íbamos a recuperar”, cuenta Serafín Medina, habitante de Palictahua.
Él recuerda que las primeras evacuaciones eran forzadas y desordenadas, por lo que la gente perdió la confianza en las autoridades. Por eso, en el 2006, cuando se produjo el mayor evento eruptivo, casi nadie quiso salir de sus hogares.
Según Pablo Morillo, director de la Secretaría de Gestión de Riesgos de la Zona Central, antes de la creación de esta entidad las emergencias se manejaban con otros protocolos. Los Comités de Operaciones de Emergencias decretaban los estados de emergencias pero no los cambios de alertas.
Además, hasta antes del 2009 no contaban con planes de contingencia detallados. Hoy, las vías de evacuación están señalizadas, hay un programa de vigías comunitarios y un plan de contingencia que se actualiza con cada declaratoria de alerta naranja.
“La gente está mejor preparada para hacerle frente a una eventualidad en el volcán, porque tiene más conocimientos y sabe qué hacer, por eso le tiene menos miedo al volcán”, afirma Morillo.
Eso se evidencia cada día en los campos agrícolas de las comunidades aledañas. Allí, la gente trabaja desde las 06:00 hasta casi las 18:00.
Rodrigo Ruiz se moviliza todos los días desde el barrio del Miduvi en Penipe, hasta su sembrío de maíz en El Manzano. “No me preocupa la alerta naranja. Estamos acostumbrados a vivir con el volcán, para nosotros ya es normal. No volveremos a salir despavoridos como en el 99”, cuenta Ruiz.
Su rutina no cambia cuando el volcán se despierta, los tremores y los temblores ya no asustan, ni a él ni a sus nietos pequeños. Pero cuando cae ceniza, su familia toma más precauciones. “Primero pensamos en las frutas. Si cae ceniza es muy probable que las perdamos, por eso las cosechamos aunque no estén maduras o las protegemos. Cuando cae ceniza trabajamos más”.
Para los ganaderos que subsisten con la venta de leche y derivados, el cambio de alerta también implica el almacenamiento de alimentos para los animales. Ya son expertos en el ensilaje. Cortan hierba, la mezclan con melaza y la guardan para cuando los pastizales se cubran de ceniza.
Para ellos, la prioridad es proteger a sus animales y salvar la producción. “Tenemos experiencia haciendo esto. Ya sabemos cómo cuidarnos cuando la ‘Mama’ nos manda ceniza. Simplemente cambiamos de alimentos”, dice María Ortega, de Bilbao.
Cuando hay una alerta naranja la presencia de militares también se vuelve común en estas parroquias. Miembros de la Brigada Blindada Galápagos llegan con tanques de guerra y camiones para posibles evacuaciones repentinas.
La última alerta naranja se declaró el 28 de septiembre pasado. Militares se movilizaron hasta Puela, Bilbao y Baños, donde se establecieron centros de operaciones. Ellos patrullan a diario las comunidades y ayudan en la movilización de sus pobladores.
Brayan Larco, jefe del operativo en Bilbao, dice que “la gente se moviliza desde el asentamiento La Paz, en donde viven al menos unas 50 familias de Bilbao y Cahuají, desde las 05:00 y retornan a las 17:00. Pero hay días en que deciden quedarse aquí, por eso no hacemos más viajes”.