Manifestación en solidaridad con las víctimas en el exterior del Museo Nacional de Bardo en Túnez este jueves 19 de marzo de 2015. Las personas además dejaban flores el lugar. Foto: AFP
En realidad, la jornada de hoy debería haber sido de alegría y celebración en Túnez: este viernes 20 de marzo se cumple el 59 aniversario de la independencia del país y la avenida Habib Bourgiba, en el corazón de la capital, se había decorado con banderas tunecinas. Pero en lugar de ello, el país norafricano guarda luto.
En los atentados terroristas contra el Museo Nacional del Bardo en Túnez, extremistas mataron el miércoles a 23 personas, entre ellas 20 turistas extranjeros. Otras 44 personas resultaron heridas en la masacre.
Los atacantes dispararon primero a su alrededor con armas automáticas delante del museo y después persiguieron a quienes huían hacia el museo y tomaron rehenes dentro del edificio. Las fuerzas de seguridad acabaron con el secuestro abatiendo a dos de los atacantes, pero se sigue buscando al resto.
La masacre supone una tragedia para la joven democracia y el final de una larga “primavera”: Túnez es de hecho la cuna de las llamadas Primaveras Árabes y hasta ahora el único país que logró la transición a la democracia.
A comienzos de 2011 los tunecinos derrocaron al dictador Zine el Abidine Ben Ali y en diciembre de 2014 eligieron a su primer presidente votado libremente. Siria, Libia y Yemen, otros países de la Primavera Árabe, están inmersos en guerras civiles, mientras en Egipto vuelve a gobernar un autoritario líder militar, mientras los islamistas siembran el caos por todas partes.
Los ataques muestran ahora que tampoco Túnez ha ganado su lucha contra el terrorismo: la red terrorista Al Qaeda y el Estado Islámico (EI) tienen aliados en el país, y con frecuencia se producen ataques contra las fuerzas de seguridad tunecinas.
Con hasta 3.000 combatientes, se calcula que los tunecinos suponen además el mayor contingente de combatientes extranjeros en Irak y Siria. La escena de hackers local se considera especialmente ágil a la hora de difundir la propaganda islamista en Internet.
El nuevo gobierno de Túnez era consciente de ello y por eso estaba elaborando una nueva ley antiterrorista más dura. El atentado constituye ahora “un ataque contra el proceso político en el país”, considera Hardy Ostry, director de la oficina de Exteriores de la fundación alemana Konrad Adenauer en Túnez. “El atentado golpea también la economía y el turismo”, dijo a DPA.
El país podría ver ahora fuertes pérdidas en la temporada turística. En una ocasión el terrorismo ya frenó el proceso de transición en el país: en 2013 los asesinatos de dos famosos políticos pusieron en peligro el proceso democratizador.
Entonces el partido islámico En Nahda, el más fuerte tras las elecciones de 2011, tuvo que renunciar al gobierno tras las protestas desatadas, ya que los asesinatos se atribuían a fuerzas islamistas. Pero tanto en ese momento como ahora, el partido se ha distanciado de los crímenes.
De todas formas, las esperanzas de que el partido pudiera debilitar a los extremistas del país a través de un islam reforzado desde la política no parecen haberse confirmado: más bien, los radicales parecen aumentar.
Uno de los movimientos más fuertes es el grupo salafista Ansar al Sharia, fundado en la primavera de 2011 tras el derrocamiento de Ben Ali. En 2013 sus seguidores fueron declarados oficialmente terroristas. Y ahora se le atribuyen conexiones con la milicia Estado Islámico, que se adjudicó hoy la autoría de los atentados del miércoles.
Los expertos de seguridad llevan mucho tiempo advirtiendo que Túnez debe vigilar mejor sus fronteras. Desde Libia, en el este, se filtran combatientes que regresaron de Siria que se formaron con el EI.
En su mensaje de audio y texto difundido en Internet, el EI afirma que dos “caballeros” perpetraron el ataque y señala que se trató sólo de “las primeras gotas de una tormenta de lluvia”.