Tres fantasmas, y un final avisado

Desde el título ya se sabe que hay que esperar fantasmas y reconciliación con la vida. Es como un enlatado que  revive el clásico de Charles Dickens tan sonado en épocas navideñas.

Con ‘Los fantasmas de mis ex’, queda comprobado que hay tantos fantasmas como humanos en el mundo,  que se van acumulando en algún lugar, que son buenos   y que no olvidan nada de lo que vivieron.

¿Quién tuviera la suerte de poder ver su vida tal como fue en el pasado y aprender de sus errores? Eso pasa solo en las películas, por eso  el  fotógrafo Connor Mead tiene esa oportunidad. Es presentado como el estereotipo del hombre ideal con el que todas las mujeres sueñan. Es exitoso, gana miles de dólares, es joven, es guapo y sabe seducir al sexo opuesto. De hecho, esta película es como un  manual para entender a las mujeres, sus necesidades, su psicología inversa, y la cuerda exacta que hay que pulsar para generar las vibraciones deseadas. La ciencia inexacta del flirteo.

Como el  cazador de mujeres que es, Connor Mead no cree en el amor, no cree en el matrimonio, no cree en los enamoramientos a corto o largo plazos. Básicamente, Mead es para el amor, lo que Scrooge es para la Navidad y ahí radica el motivo central de la película.

Como a Scrooge se le aparece el fantasma de su socio, a Mead se le asoma el fantasma de su tío Wayne, un experto casanova de quien  el joven Mead aprende todas las artes. Siguiendo la línea del cuento de Dickens, el tío Wayne (Michael Douglas) le presagia a su sobrino que se le aparecerán tres fantasmas.

Así se presenta la primera fantasma: una joven de 16 años desalineada, con brackets, que viste  pantalonetas  jeans y se peina como si no supiera cómo peinarse. Junto a esta aparición Mead averigua el momento exacto cuando ‘ella’ le  regala una cámara fotográfica. Siempre es ella, una  mujer junto a un hombre,  la  que sabe qué es lo mejor para él, siempre es ella quien mueve los hilos del incierto destino.

Entonces ella se llama Jenny y conoce a Connor Mead desde la infancia. Juegan juntos, comen juntos, crecen juntos... pero se aman por separado. Entonces es a ella a quien Connor le debe su vida entera y su éxito, su fortuna... y su posterior caída.

El fantasma del presente le muestra a Mead lo mismo que le muestra a Scrooge: el odio de todos. Aunque a diferencia del avaro, al joven fotógrafo lo redime  su hermano.

Paúl es el opuesto exacto de Connor Mead. Paúl sí cree en el amor, en largas relaciones  y en finales felices. Paúl se va a casar y es esa  boda la que Connor  destruye, precisamente, porque acostumbra a ser un imán para las tragedias.

Asoma otra diferencia con el centenario Scrooge. Como a Connor casi no le queda otra alternativa que destruir la boda de su hermano, es él mismo quien tiene que resarcir todo el daño que ha hecho en su vida, Connor es un generador de desastres.   A su alrededor se llora mucho, se sufre mucho, se recuerda con furia  y se olvida con dificultad.

El fantasma  del futuro se asoma ante Connor, tal como lo tenía presagiado, es así como ve su propia muerte y su triste funeral. Pero esa no es la imagen más impactante de esta escena. El pobre Connor ve en el futuro a su hermano ya anciano, es el único que asiste y habla, nuevamente   revive   la memoria del fotógrafo. Paúl ha ido solo al funeral, Paúl es  soltero y solitario. Paúl ha sido tan olvidado como su hermano muerto. Los dos combatían juntos contra el mundo, desde ese día, Paúl tendrá que batallar solo.

Connor se derrumba ante esa visión. Podría soportar  su muerte, de hecho, para él sería una de  las tantas maneras que tiene para salvarse. Es su hermano quien lo mueve a cambiar,  es él por  quien se salva.

Es así donde las historias de Scrooge con la de Connor Mead se distancian definitivamente. Un giro interesante del viejo cuento navideño. Sin embargo, a pesar de todo, es una comedia romántica que deja la sensación de ‘dejá vu’ navideño, aunque es una buena alternativa para las mil veces repetidas películas que la televisión pasa esta temporada.

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