Un niño de apenas ocho años le pregunta a su padre, después de la escuela si es que ha hecho algo malo y si es cierto que se dedica a una profesión terrible y deshonesta. Le pregunta también lo mismo a su madre. Los dos padres son periodistas y sus compañeros de clase se han burlado de él en el recreo diciéndole que sus padres son mediocres y corruptos porque son periodistas. Él se siente de lo peor, pero nada puede hacer porque el maltrato de sus compañeros y las burlas dicen ellos provienen nada menos que de Rafael Correa, el presidente. Por desgracia, este mismo escenario puede darse al contrario. Niños hijos de funcionarios públicos vilipendiados por sus compañeros, por el simple hecho de pertenecer al Gobierno. El escenario se puede repetir ad infinítum y es profundamente perverso para la sociedad ecuatoriana. Pensar siquiera que cada sábado una profesión puede ser vilipendiada sistemáticamente sin beneficio de inventario. Y no tomarlo en serio. Pensar siquiera que la prensa de tanta presión deja siquiera de publicar en primeros planos y primeras planas que el Presidente ganó un premio de una universidad prestigiosa como la de Illinois, pero nadie quiere decir nada, ni siquiera felicitarlo justamente porque su premio también le hace bien al país… Estamos en un punto donde a todos, todo nos parece mal ad infinítum. Y todo esto significa que hemos olvidado al país pacifista y esperanzado que teníamos hasta hace pocos años y que la lucha política ha desbordado la perversidad y el reto es destruir al otro.¿Hay alguna forma de rebobinar el casete y empezar de nuevo? ¿Existe alguna posibilidad de que retomemos las riendas del país pacífico y pacifista que teníamos hasta hace poco? ¿Podríamos todos debatir, disentir democráticamente y, sobre todo, ser justos? El Presidente tiene la oportunidad de oro después de su premio académico en Illinois para recapitular, para tender puentes hacia un sector que es fundamental y que no empezó siendo su enemigo, todo lo contrario. Los ministros podrían también dejar su enclaustramiento y tender más puentes con los demás, ahora parecen solitarios y aislados. Los asambleístas pueden demostrar que la justicia es el más importante de los bienes públicos y votar en consecuencia. Y nosotros también podemos tender la mano y darle el beneficio de inventario a un Gobierno que ha decidido sembrar vientos sin saber que podría cosechar tempestades, pero que necesita encontrar vías de escape a su círculo vicioso. El odio y la polarización nunca han llevado a ninguna parte. Los ciudadanos comunes estamos cansados de esa confrontación. ¿Podría el presidente Correa regalar al país una nueva oportunidad de cambio, pero esta vez sin polarizar? Le estoy haciendo un pedido formal, formalísimo.