¿Se han dado cuenta que desde 2007 vivimos en estado de transición eterna y de transformación perpetua? Se podría incluso argumentar que nuestro estado de transición eterna es de tal envergadura que ya se ha convertido en un verdadero ‘statu quo’. Es que todo es temporal e incierto. El socialismo del siglo XXI -que, de paso, ni sus mismos inventores saben hoy en día de qué se trata- sigue “en construcción” a ritmo de basílica financiada con limosnas. La vertical y sorda revolución ciudadana, que casi no admite opinión ciudadana, sigue en marcha sin que nadie conozca bien a dónde nos llevan sus padres fundadores y madres fundadoras. En materia de transición: las más altas autoridades de la República, en buena parte, también son temporales y muy poca gente (unos pocos iluminados, en verdad) entiende verdaderamente cómo funciona la telaraña constitucional para su designación.
El principal beneficiario de esta especie de transición eterna es el propio Régimen, porque le permite explotar y argumentar la idea de un dudoso cambio político, económico y cultural. El cambio, por ejemplo, de un indiscutiblemente cuestionable y patojo régimen de partidos políticos (la llamada “partidocracia”) hacia un sistema de partido político único. Esta difusa idea del cambio, del mismo modo, le permite al régimen argumentar que hay un proceso revolucionario en camino, que todo lo pasado era malo y que todo lo que hace el oficialismo es bueno y al mismo tiempo irrefutable. La transición eterna también permite presumir de una economía sana y próspera, aunque vivamos en un país inundado de televisiones plasma en el que, paradoja de todas las paradojas, no hay energía eléctrica cuando no llueve. La lúgubre estabilidad de la economía permite también presumir de la cantidad de automóviles que circulan por las calles y carreteras, aunque tengamos que importar y subsidiar la gasolina. La economía sigue lactando petróleo a borbotones, aunque nos prometieron una economía pospetrolera.
Así las cosas nadie sabe cuándo terminará la transición eterna y, por lo tanto, cuánto tiempo más nos durará la institucionalidad de papel y lápiz, recreada hace algo menos de cuatro años. Es muy posible que cuando ya revolución ciudadana ya no esté en marcha – y como hemos visto en Ecuador lo que parece sólido puede ser volátil, de un día a otro- tengamos que pasar por una nueva refundación del país (la enésima). Tendremos nuestra vigésima ni se cuánta constitución, nuevos salvadores de la patria, nuevos mitos, nuevas esperanzas y empezaremos todo el proceso desde cero. Así es nuestra historia, amigos y amigas, y hasta ahora parecemos forzados a repetirla.